No nos cabe a casi nadie, seguro que tampoco mucho a la mayoría de esas 25.000 personas, el hecho de que por un país que diga no a las energías limpias todos los demás, cerca de doscientos, deban levantarse sin acuerdo: ¿es que no hay medidas económicas que esa inmensa mayoría de países puedan habilitar para ayudar a este que no quiere dar su brazo a torcer precisamente por problemas -según nos dice- económico? No, hay muchísimas cosas que tienen difícil presentación a la opinión pública, y ese ultraderechismo que se levanta tantas veces por doquier no puede ser una situación enquistada durante muchos más años, porque el personal, aunque lo pretendamos, no puede ser tonto toda su vida, sobre todo porque en ello le va eso precisamente: la vida misma y el becerro de oro también se rompe con frecuencia históricamente. Es cierto que la inmensa mayoría del personal, en esta aldea global que ya nos toca jugar, esas mayorías están prácticamente desarmadas ante los que más juegan con el becerro; es cierto que cualquier toma de postura exige la paz para no destruirnos todos, pero también es cierto que adorar todo el tiempo al becerro también termina destruyendo: nos está de hecho destruyendo ya y presentando a todos un panorama precisamente negro y sucio, por mucho que la digitalización nos deslumbre; y es cierto que las máquinas no parecen estar contribuyendo mucho a despejar todas las tormentas que empiezan con insistencia a relampaguear. Y así mismo es cierto que la especie humana es la más inteligente, a pesar de tantas tentativas en las direcciones equivocadas. Todo ello despejará el camino y probablemente en mejores condiciones, de manera global: quedan motivos para la esperanza, aunque a veces nos parezcan que no muchos: pero desde luego que tales motivos entiendo que no se encuentran del lado del culto al becerro de oro.
Pedro Egio