Tras unos meses vuelvo a escribir. Mi silencio ha obedecido a múltiples causas, incluyendo también las derivadas de la mayor complicación de hacerlo en WordPress, aunque es cierto que sus páginas son muy accesibles y que su entorno para una persona que ve seguro que se ha hecho hasta más cómodo y útil. Sí: es ese lado tan apreciable de una digitalización que parece facilitarnos tantas cosas, pero también su lado que puede ser tan oscuro, en un momento histórico tan peculiar, en que el Neoliberalismo no deja de dar temibles coletazos a cada cual más violento e inesperado. Y es que ya 2007 fue un tremendo coletazo incómodo para la gran mayoría, pero este de 2020 ha sido aún más salvaje, y todo ello salpicado de tantas cosas inconvenientes: cambio climático, o soluciones tan en contra de la mayoría de las personas: de 8000 millones de habitantes el bienestar no toca a tantos y sigue teniéndose tanto esto de que sólo un uno por ciento está tranquilo mientras el 99 restante está cada vez más en zozobra. Y para colmo nos llega casi por sorpresa, o por sorpresa completa, este nuevo virus tan extraño a nosotros y que tanto quiere habitarnos y destruirnos, siendo así que él como tal nada puede querer o no querer. Y sí, tremendo que se haya instalado así, sin permiso por supuesto y agitado por nuestros movimientos de puro estrés, de este coger tantos vuelos y tanto movernos por lo que casi es una «aldea».
Cuánto anda escribiéndose sobre todo lo que nos viene aconteciendo desde diciembre de 2019, y relacionándolo justamente con este tremendo contexto de una sociedad sin la escisión en dos bloques tras la caída en 1989 del Muro de Berlín; ahora sin ese muro, aunque con el de Trump y hasta el de las Vias por Murcia; y sí, voy aterrizando hasta el centro yo igualmente de la cuestión: el hecho de que abandonamos las prácticas más a la izquierda: muchas de ellas fueron asfixiantes, pero comprobamos con perplejidad que el Neoliberalismo, la exageración del Capitalismo, es una ratonera igualmente insoportable, incluso ya hasta más insoportable aún que el peor régimen comunista. Sabemos perfectamente que un sistema neoliberal como el que ya nos baña a todos se carga hasta el planeta; sabemos que en efecto su mito del «progreso infinito» es impracticable: lo vivimos, vivimos su tremenda alienación; y sin embargo parece como si no encontráramos la salida, como si la ratonera nos desgarrara en cada movimiento que iniciamos para escapar: es una sensación de ahogo indescriptible, en la que nos encontramos ahora mismo, en esta misma Semana Santa sin Procesiones, en una España que tanto las celebra, y con un Estados Unidos que ya no puede salvarnos de casi nada.
Por lo demás, yo, desde la Filosofía, invoco a la esperanza: sigo invocándola, y confiando, como no nos cabe otra a todos, confiando en las bondades de la humanidad, tan enterradas desde luego por una digitalización feroz, que a veces nos brinda tantas oportunidades, pero que también contribuye a la «rebañización», a la tontuna colectiva, a instalar en nuestras vidas la distopía más atroz. Casi uno está tentado a clamar: ¡Señor, ten piedad!: miserere nobis, y casi así lo clamo desde mi agnosticismo, mi posición solidaria y mi Cristianismo; sí, estos tres vértices que voy «viendo» con claridad que pueden definir mi posición en la tarea de pensar lo que nos rodea, lo que nos toca, sin que adivine en esos tres vértices contradicción seria alguna, porque si la hay en apariencia, puede disiparse con facilidad en nada que ascendemos al discurrir: con la conveniente y necesaria extensión del discurso.
Pedro Egio