Y ya tenemos aquí imperante a RAJOY

Y ya tenemos aquí imperante a Rajoy.

Poco ha tardado en vérsele el plumero. Ninguna reducción en sueldos y prevendas de los señores políticos, promesas de mayor protección a los empresarios, subida de impuestos contra sus propias promesas sin protección del fraude fiscal ni mucha diferenciación de tramos, congelación del salario mínimo, congelación de plazas y sueldos de funcionarios, subida de pensiones sin mimar las más bajas… y en varias Autonomías, por ejemplo en Castilla La Mancha, privatizaciones de áreas esenciales para el ciudadano, véase los hospitales de Tomelloso, Villarobledo y Manzanares.
¡Totalmente desconsolador! La crisis la paga el menos pudiente.
Alguien faltando al gusto osará decir: «¡pues si te quejas de esto que vuelva Zapatero!». Zapatero evidentemente se acobardó ante los mercados y su tremenda presión, traicionando las siglas que representaba, procediendo desde 2008 como un neoliberal más; bueno, algo más moderado, porque Rajoy se está mostrando todo un buen corredor de fondo, y eso que dice guardarse para después de las Andaluzas. Claro que mucho más indigno y ramplón es seguir pregonando que aquél ha sido la causa de este inmenso desbarajuste, en Europa y parte del extranjero.
Está claro: algo no va muy bien en este mundo. ya sabemos desde hace siglos que esto se parece bastante a un “valle de lágrimas”, que el hombre es ángel caído de todas sus prerrogativas de ángel, y siempre hemos intentado mirar al cielo para paliarlo; pero la sociedad de los últimos 20 o 30 años está atravesada por tremendas contradicciones, por ejemplo, la técnica más avanzada y las carencias más fundamentales para cada vez más población. Se complican las cosas y el capitalismo lame sus heridas con más capitalismo, sin lograr los resultados esperados. Problemas complejos que queremos solucionar ahogando a los más débiles, entre ellos a los trabajadores, precisamente quienes modelan en primera instancia este mundo, sin querer compartir con ellos la carga de esta delicada situación.
¡Inconcebible! ¿No podrían probarse otras salidas, más allá de exprimir al personal para que los bancos puedan seguir dilapidando y haciéndonos flaco favor? Por ejemplo, y sin entender mucho de economía, pero quién sabe si esto es mejor, porque ya vemos para qué vale saber mucho de economía: ¿no podríamos fijar también un «salario máximo»? ¡Oiga!: no eche muy rápidamente de lado esta proposición que, claro, a muchos sonará escandalosa. ¿Por qué no? ¿No se trata de la preservación del género humano, todo él?, No sólo de los guapos, los con traje y corbata, que muchas veces quizá no sean los más inteligentes. Y si no, que se lo digan a nuestros universitarios sin empleo.
El caso es que son muchas las voces de intelectuales, ONGs de artistas, de ciudadanos, los del 15m y los que no son el 15m, los de mucha gente enmudecida por la sencillez o la escasez -por cierto que no se oye todo lo que debiera a la Santa Madre Iglesia, ni otras confesiones realmente tampoco, quizá por aquello de abominar de este mundo, ¡a veces!-, que reclaman un “impasse”, un repensar con seriedad cómo proceder. Muchas las que avisan de que el capitalismo cada vez más crudo no soluciona nuestros problemas sino que los está agrandando.
¿Por qué no se sientan pues con seriedad nuestros políticos, los de nuestro país y los de Europa entera y más allá, esos que dicen hacer todo por nuestro bien, para delinear caminos más justos? Si los hombres se reúnen en congresos para temas bien complejos y llegan a acuerdos, en la ciencia, en la industria; ¿por qué no llegan a acuerdos en cuestiones tan fundamentales como las que atañen al bienestar general?
Quizá porque somos un rebaño, acostumbrado a pacer por internet por ejemplo, contándonos chistes, dándonos buenos consejitos superfluos, jugando con las videoconsolas, disfrutando con las migajas del capital los que aún podemos? Será porque andamos como dormidos, como decía el viejo Heráclito de Éfeso, no queriendo afrontar esta situación; una situación que no tendría por qué conducir a salidas violentas, porque la razón y la experiencia de tantos siglos de historia nos muestran que no es la solución. Pero también es igualmente cierto que la excusa de la no-violencia no puede dejarnos inermes ni en manos de quienes hasta el momento no buscan soluciones válidas para toda la humanidad.
¿Qué hacer? Parece que nuestra tarea inequívoca es dejarles claro que estamos «despertando», que nos estamos dando cuenta de lo que hay; que no nos vale ya la máxima de que el rico hace maravillas para todos con su dinero y que haya que mimarlo para salir del atolladero; y no es que se trate de aniquilar al rico: se trata de salvarnos todos. Se trata de decirles de mil maneras posibles que les increpamos para que tejan una nueva manera de relacionarnos económicamente, de ser respetuosos así mismo con el planeta.
Los que así concebimos las cosas, pensando que una organización más cuidadosa de la sociedad quizá sea posible, no somos por ello pesimistas. ¡Para nada! Y además nos asiste el derecho a pensar así. Confiamos en el hombre, en esta inmensa mayoría ahora aletargada por las consignas de unos pocos. Esa inmensa mayoría señalará, pacífica pero inequívocamente, esta dirección: fraguar una economía desesclavizada de caprichos financieros y enfrentar los problemas energéticos y medioambientales, ya acuciantes. Pues no tenemos muchas más alternativas que el emerger de este clamor.
Esa mayoría que como voz de la conciencia humana debe levantarse inequívoca no es la décima parte de violenta que muchos de los estados de la tierra. Irá despertando sin duda, conforme vaya siendo más azotada; firme, fiel a la razón, mas no por ello sin gran clamor. Avergonzará a nuestros astutos gobernantes; los de España y Europa y aun parte del extranjero, los pondrá entre la espada y la pared. Y si éstos tienen las manos atadas por instancias financieras superiores, dedicadas a prestar con lucro, también avergonzará a esas instancias en su insistente petición de justicia.
Este deseo está inscrito en todo hombre de bien, capaz de reflexionar sobre las condiciones de la vida humana en general. Si lo ahogamos es porque lo acallamos pensando que la tarea es imposible. Pero cierto es que muchas veces decir imposible es poner excusas.

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