¡Y que Santa Lucía les conserve la vista!

Así rezaba una breve jaculatoria que recuerdo de mi paso por la Tuna del buen Colegio Mayor –aunque algo clasista- Cardenal Belluga murciano. En efecto, en medio de la interpretación, perfecta como no podía ser menos, de alguna de las canciones de nuestro extensísimo repertorio, alguien, generalmente “el bandera” gracioso a tope según se exigía, lanzaba este deseo invocando a la santa a la que decapitaron por la lejana época de los mártires romanos.
El 13 de diciembre, fecha genial para no supersticiosos, los ciegos seguimos honrando a la patrona, también de otalmólogos y ópticos; pero algunos ciegos también nos entristecemos, llegado este día, al contemplar que a veces sólo nos satisfacemos en mirar lo bueno hecho por nuestras instituciones, ocultando algunas flagrantes omisiones.
Sí, lo siento: he trocado el tono humorístico, desenfadado de las primeras líneas por otro osco que no cuadra mucho con el día, pero es un tema que me viene doliendo años, porque me escuece diariamente en cada cruce de esta maravillosa ciudad –aunque por culpa de Carlos I no tenga a veces toda la buena fama que se merece-; y en momentos muy determinados, cuando, como todos, necesito reponer mis mermados bolsillos:
Me refiero a lo poco que estamos haciendo por los semáforos de nuestra ciudad y por hacer accesibles nuestros cajeros automáticos: nos llenamos la boca de grandes logros, de mejores proyectos y a veces se nos escapan los asuntos más sencillos y bien importantes. Y todo por eludir responsabilidades, o porque –no creo que sea por virtud de la santa, que debe estar contemplando imperturbable a su amado Jesús-, vamos quedando, proporcionalmente, menos ciegos totales: lo cierto es que a veces cruzar en nuestra ciudad es una hazaña muy peligrosa y titánica, cuando hace años éramos pioneros, al sonorizar casi todos los semáforos principales; y sacar dinero queda relegado para el intrépido que no tenga más solución que arriesgarse ante la máquina, encomendándose, en mi caso a los dioses: yo llevo años prefiriéndolos a la santa y a todas las cohortes celestiales.
Escribo esto a sabiendas de que más de uno pensará: ya está el pesado este con sus dos temas preferidos: pues no me importa ser pesado: es decir, incluso, me gusta esto ser pesado; o mejor, casi, necesito ser pesado: dentro de poco, por ejemplo, todos los cajeros puede que sean de pantalla táctil, y entonces ni los más intrépidos podremos hacerle escupir el vil metal, o papel, a esos monstruos de acero, aunque, bien mirado –y lo de mirado vaya por el día de la patrona- ya me estoy pensando el confeccionar alguna plantilla que llevarme para poder trastear en semejantes frías, desagradables, inaccesibles, convexas pantallas…
¿Y en cuanto a los semáforos? Pues si hay que bajarlos porque molestan al paisanaje, ¿no será mejor optar decididamente por su activación a distancia? ¡Nos va la vida en ello, chicos! Somos muchos para que la santa pueda tutelarnos uno a uno: ¿y los dioses? ¡Esos son unos tunos!

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