Las cosas no es que marchen muy bien: estamos desde muchos lugares apuntando a que parece que un sistema, una gigante estructura está apuntalada y amenaza con derrumbarse; lo que ha hecho que al menos mil millones de habitantes funcionaran macroscópicamente hablando -la circulación de capital- está tocado y ahora pivota sobre muy pocos millones que cargan sobre los demás las fuerzas para continuar. El desequilibrio es brutal y la gran estructura comienza a resentirse aunque esos pocos millones hagan esfuerzos denodados para que no se ladee el resto.
Las tensiones que produce esta gigante estructura, muy escorada, están siendo por hoy comedidas porque hemos aprendido de nuestra historia y «los hombres», a pesar de su posible egoísmo innato, reflexionan y saben que la violencia conduce a peores resultados que la reflexión y la planificación. Aunque más tensión, mayor desigualdad, más situaciones graves y perentóreas ponen en peligro esa artificial estabilidad. Sí, como tantas veces leemos ya y se habla en cualquier corrillo, a esta situación tan poco alentadora le sumamos la cuestión de la reserva de energías, en general de los recursos, o la limpieza del habitat, el panorama se complica aún más.
Y me detengo aquí porque la información sobre todo este particular, por otra parte tan central para cualquiera de forma que el que lo margine hoy día es insensato en sus afecciones de no racional y de falta de sensibilidad, la encontramos, como digo, ya por doquier; ya no es tema de eruditos o polemista: está de boca en boca: el tema se piensa y lo que es peor se vive ya en todas partes. Me detengo pues, porque análisis de la situación los hay por doquier y por doquier incluso empujan a acciones con más o menos tino.
Me detengo para conducir mis palabras en una dirección que tampoco es original pero que no es la más practicada aún; quiero encaminar mi reflexión a la idea de que los hombres puede salir de este inmenso atolladero, de este tremendo laberinto, aunque casi aún no tocamos el hilo de Ariadna. Sí me parece que tal hilo es la reflexión sosegada, quiero decir, el discurso no arrebatado ya por motivos fantásticos. Salir de aquí no creo podamos hacerlo siendo visionarios, creyendo en destinos, en posicionamientos planetarios, en marcianos que nos rescatan, en padres celestiales. Si hay un padre celestial nos ha hecho de tal forma que todo hemos de ganarlo con el sudor de nuestra frente; desde luego que también de nuestras manos, nuestros hombros, nuestros pies, pero «de tu frente». No es «ganar el pan con el sudor de tu frente», que obviamente también; sino pondrás tu casa en orden con tu frente: es cierto que la cabeza deba guiar al resto de potencias y domeñar pasiones egoístas. Sí, esto es Platón, ¿por qué no?, que está tan en la base de nuestra cultura occidental, pero la petición de racionalidad atraviesa casi toda nuestra historia, sólo que a veces ha estado en manos de otros intereses: la ciencia puesta por ejemplo al servicio del mercado y no al revés.
Creo que me voy alejando de una pretensión más modesta: la de señalar que podemos confiar en las capacidades humanas, en la experiencia que hemos acumulado durante siglos; esto nos hace ser más eficaces; a lo largo de tantos siglos hemos sido capaces de construir telescopios, emisores de laser, microchips, bisturíes electrónicos, aviones, catedrales, obras de arte imponentes… No nos faltan recursos mentales; no somos dioses ni aspiramos a ello, pero sí somos pensadores y creadores sublimes cuando menos tenemos contaminadas nuestras manos.
Yo tampoco veo aún las soluciones concretas paso a paso; estoy aún más del lado de la crítica de la situación actual, pero quiero convencerme de que los hombres estamos preparados para superar esta pesadilla, con sumo cuidado, con la menor violencia posible, con paciencia, como se hacen las mejores cosas.
A veces estoy tentado a pensar que las soluciones vendrán dictadas por grupos de expertos internaciones, vía congresos montados con plena seriedad y tras meses de concienzudo debate, como si de nuevo estuviéramos ante un gran concilio aunque desde luego que al margen del Vaticano, aunque tampoco se destierren de sus salas a los más limpios de entre los togados, pero donde por favor no se rece y se deje ese gesto para quienes lo puedan necesitar en privado por sin él difícilmente pueden soportar esta particular vida de los hombres (y esta particularidad parece no hija de determinado tiempo).
Otras veces me da por pensar que tal es una artificialidad caduca y demasiado platónica en el sentido de que dejamos la salvación de la polis en manos de unos pocos, los que quieren saber o saben; claro es que ya hemos aprendido que el saber hoy día es fragmentario, interdisciplinar y tarea inmensa; que a la cabeza de estos asuntos humanos de trascendencia y en época de transición deberíamos colocar a cantidad de expertos de muy diversas regiones de problemas: economistas, ecologistas, psicólogos, informáticos, expertos en la condición humana pero igualmente otros técnicos de tantas parcelas centrales para realizarnos convenientemente, sin olvidar a los expertos en ética, intentándolos buscar de entre los más descontaminados de creencias y discurrentes con la mera razón. Y tales guías tendrían bien claro que el trabajo es el del interés general: el del ser humano, en toda su multiformidad, capaz y discapaz, alto y bajo, blanco y amarillo, niño, anciano, de cualquier sexo.
Otras veces doy en pensar que salir de nuestro atolladero en esta manera puede ser más complicado que el orden que pretendemos subvertir, no por rebeldes sin causa sino porque este orden es ya para demasiada gente invivible, empezando por nuestros propios hijos a lo que parece. Entonces es cierto que me cuesta más concebir cómo podríamos ponernos de acuerdo: cómo podríamos hacer aparecer ese otro mundo posible con la mera subversión en veinte mil puntos diversos; para que del caos surja algo necesitaríamos el concurso de alguna divinidad: ¿y dónde están? Si están, pues bien lejos; demasiado lejos: valen quizá para mantener las estrellas incandescentes, pero no para solucionar los asuntos humanos. Con levantar nuestras frentes hacia las divinidades no resolvemos; con revoluciones interiores no parece que hayamos conseguido mucho. Tampoco la anarquía sin más nos conducirá lejos; necesitamos organización, porque la anarquía volvería a reproducir el poderío de los más ventajosos, a marginar el interés general y la igualdad de todo ser humano.
¿Cómo podemos acceder a ese «otro mundo es posible»? En el XX muchos pensaron que los preparados para esta subversión y la búsqueda de un mundo justo eran los trabajadores, los que tenían sus manos más limpias y a la vez estaban realmente sufriendo todo el peso de la injusticia. Yo creo que hay mucho de verdad en esta manera de ver las cosas, siempre que procuremos no ser reduccionistas y que sumáramos a este proceder toda la experiencia acumulada que rebasa muchas veces la experiencia de los partidos proletarios; siempre que estuviéramos dispuestos a llegar cuanto antes a otro lugar más abierto, más rico que el que han logrado habilitar estas huestes en honrosos casos.
Todavía no me queda a mí del todo claro: a mí, que es muy poco decir, cómo vamos a lograr atajar la bola de nieve que se desliza por la pendiente ya del presente, arrasando con tantas vidas particulares sin pólvora pero pisoteando inmisericorde. Imagino que ya estamos en los comienzos de este levantarnos y decir ¡basta ya!, multiforme. Sin embargo, sí me queda claro que el hombre puede. Que aún puede, aunque no debiéramos dejar mucha más ventaja a esa minoría que se mueve para sí y solo para sí. Organizarnos convencidos de que podemos ser optimistas creo que sería bien bueno. Juntarse a parlamentar tantos como fueran posible, instar ya a los gobiernos a que instituyan un periodo de reflexión y trabajo multidisciplinar, pero desde luego requiriendo un proceder de seriedad muy por encima a las Cumbres de Kiotto, Copenhague o similares, parece imprescindible. Y ahí el hombre puede sentirse orgulloso de cómo tantas veces es, de tantos maravillosos logros y estar deseoso de huir de todo lo que afea su conducta, de todo lo peor que emerge de él en un tiempo en que tan descarado se ha vuelto ser lobo para sí mismo.
Bueno, para nada quiero hablar como visionario, claro. Sin más escribo en mi blog, como podría hablar en una reunión de amigos.