Ser más políticos que nunca

–¿cómo usted ahora tan interesado en temas de política?

(si un hipotético entrevistador me hiciera esta pregunta mi respuesta sería larga, como la que sigue):

–¿cómo no? Primero debo decir en honor a la verdad que siempre me interesó la política, la cosa pública; es tema central en mis estudios de filosofía; tema constante, por el lado que se mire: del lado de la convivencia, por razones históricas, o cuestión meramente social, nada menos.
Incluso añadiría algo más: antes de preocuparme abiertamente por lo político, me preocupé por algo más de índole mística: me preguntaba -por otra parte como cualquier joven- por la relación entre los hombres y de éstos con la divinidad; pero luego perdí la fe en Dios, que si es un don -la fe-, parece este Dios bastante roñoso, pues ese don me da la impresión de que no abunda tanto como pueda parecer, pues incluso los que dicen tenerlo nos engañan con sus obras, sobre todo cuando usan a sus semejantes como medios y no como fines en sí mismos.
Fuera de bromas (¿bromas?): están ahora las cosas como para no preocuparse por la política: si nos están «comiendo por los pies»: ¿a qué esperamos para preocuparnos por ella?

Obviamente, en los años dorados, más o menos dorados podíamos descuidarnos -quien se descuidara, claro- algo más. Podíamos estudiar, trabajar, ir de acá para allá, ver televisión -internet no estaba en los hogares-, salir con los amigos desenfadadamente, saltar, bailar, proyectar cosas, reír y solazarnos con todas esas cosas que la vida nos pone al alcance; la mayoría éramos afortunados y los infortunios sólo venían, pues eso, de la mala fortuna personal, de los accidentes desagradables; o todo lo bueno se interrumpía con la interrupción de la vida misma. Casi bastaba con ser políticos unos cuantos días antes de la visita a la mesa electoral.
Pero ahora, las cosas han cambiado en cuestión de pocos años. La verdad es que los que estudiábamos filosofía por ejemplo lo veíamos venir: eran muchos los estudiosos que defendían que el capitalismo deshumanizaba, al preocuparse más por el «tener» que por el «ser», que estaba devorando conciencias y aun al mismo planeta.

Estas cosas no se podían decir en cualquier momento, porque entonces el filósofo pasaba a ser un cuervo, un aguafiestas.
Pero sin embargo, hete aquí que la fiesta se ha aguado: y no la ha aguado el filósofo precisamente, sino aquellos que han estirado al máximo las posibilidades del capital.
Claro, y cuando no es fácil trabajar, ni divertirse mucho, por lo menos para bastantes ya; cuando la risa ya no es gesto fácil para bastantes…, entonces es necesario pensar, se piensa casi sin remedio y se ha de ser político a la fuerza; no unos días antes de ir a la mesa electoral, sino cada día. Se ha de volver la mirada hacia la polis, más allá de las cuatro paredes y del círculo donde uno se solaza, para preguntarse: ¡qué narices (bien se entiende que no cito otro órgano por decoro) pasa para que todo no siga igual que antes! Y entonces se ha de tomar conciencia, por aquello de si uno puede hacer algo por volver a vivir en condiciones favorables, o incluso en algunos casos bien dramáticos, hacer algo por seguir comiendo, sí, comiendo.
Claro que hay que volver a ser políticos, como esos ciudadanos de hace 25 siglos en la misma Grecia que hoy está tan denostada; volver a salir al ágora, a la plaza pública y manifestarse, y hablar entre todos, hacerse oír y aun decidir: bendito 15M que nos ha enseñado que todavía el ciudadano, el político más genuino, puede hacerse oír.
Yo preguntaría: hasta cuando la ciudadanía no consciente va a seguir colgada de la tele o incluso de internet, que ahora sí está prácticamente en todos los hogares; hasta cuando internet va a seguir siendo boba distracción de chascarrillos y pornografía barata y se va a generalizar como herramienta de pensamiento libre, que permita que alcemos todos un clamor insoslayable, contra los que, ciegos, miran sólo a su ombligo y su bolsillo intentando negar la evidencia de que hay que parar y repensar las cosas, y ponerse decididamente a la tarea de construir un orden nuevamente humano. ya sabemos que la felicidad, y más tomada colectivamente, es algo que sólo puede venderse en claves míticas -vaya que parece no ser de este mundo-, pero al menos un orden más justo, como lo intentaba ser en los 80 por ejemplo y casi se conseguía.
Por supuesto, seamos políticos y tomando buena conciencia, no enajenados; y vayamos a las urnas con los deberes hechos; y salgamos a la calle, cada vez más personas: que se enteren; que no lo tienen tan fácil.
Creo que eso va a suceder. No lo creo por mera cuestión de fe, sino porque está empezando a ocurrir y porque parece fácil deducir que si las cosas siguen por el camino que todos vemos terminaremos despertando todos. Claro, que más vale ir despertando espontáneamente que a trompicones. No un despertar más o menos violento; porque lo que se anhela no es incordiar, sino justicia: algo tan evidente como que unos cuantos no tengan -o, a lo peor, tengamos- en un puño a toda la humanidad.
¿Me equivoco? En más de un momento de este discurso probablemente, pero afortunadamente la tarea de pensar no está sólo a mi cargo: hemos de desarrollarla todos: los que deseamos que este mundo sea justo y sea habitable, para sus 7.000 millones de habitantes; en definitiva, parafraseando a aquellos pensadores ya de los años 60, que podamos «ser» los 7.000 millones de habitantes: aunque «tengamos» menos: el planeta nos lo va a agradecer.
Y si para tal hacen falta unas cuantas «cumbres» hechas absolutamente en serio y no como algunas del pasado en que todo acababa en anécdota e incluso apresamiento de ciudadanos preocupados por un mundo mejor, pues vengan esas, las que sean, cumbres; y si para que tales cumbres se lleven a efecto es preciso que masas ingentes de genuinos políticos, nuevos atenienses de las actuales ágoras, se hagan a la calle, pues por mi parte sea, y sé que en el fondo de tu corazón por la tuya también.

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