No son muchas las personas que no me caen muy allá. Es decir, que en general me llevo bien con el talante de la mayoría de mis congéneres. Pero Ratzinger es uno de «mis imposibles», que diría el otro. Actualmente no proceso la fe católica ni ninguna otra, vivo con mi cabeza intentando mantenerla despierta y analizándolo todo, todo lo que los hombres vamos produciendo, nuestros logros y frustraciones de siglos y puedo sobrellevar mi existencia, no porque así tenga más licencias, no por conveniencia placentera, sino por convencimiento de que mi actitud es la más auténtica, mi actitud y la de muchos: una actitud muy común en personas dedicadas al concienzudo discurso filosófico occidental, por ejemplo.
Pero decía: intentando ver a la persona, más allá de lo que representa para unos cuantos millones de seres humanos, y sin poder ver su rostro, sólo guiándome por la voz, y por sus palabras, Ratzinger es uno de esos tipos que no me son simpáticos, tampoco digamos brutalmente insoportables; pero lo que sí soporto aún peor es la vehiculación de la creencia de estos millones de seres en una serie de gestos que rayan lo reprobable, primero porque la visita del tal Ratzinger va a suponer el desembolso de 50 millones de euros en estos tiempos de crisis y segundo por los mensajes tremendamente retrógrados que va a esparcir con total impunidad, manteniendo una parrilla de valores de lo más zafio en la historia de la Iglesia católica de los últimos cien años.
Sus predecesores desde Juan XXIII, fueron mucho más afables; y sobre todo éste y aun los dos subsecuentes. Al menos intentaron abrirse a la realidad social de una manera decidida, quisieron hacer por un mundo mejor.
Pero Ratzinger en todo el tiempo que lleva enseñoreado de la Iglesia se ha limitado siempre a cuestiones dogmáticas y nunca se ha mojado en cuestiones terrenales.
¿Qué está aportando la Iglesia a este momento tan tremendamente penoso para prácticamente todo el orbe? Absolutamente nada; la última noticia que escuchaba en radio esta mañana era que la diócesis de Madrid ha habilitado a los sacerdotes para que puedan perdonar a las mujeres que han abortado hasta el día de hoy y así lo soliciten; no es una medida de las que con más urgencia esté necesitado nuestro mundo, entre otras cosas porque el catolicismo actual tiene una visión muy particular del aborto y lo abandera, pareciendo así muy humana, defensora de la vida y demás. Desde luego, las ovejas de este gran rebaño se inflaman pías con ese gesto; pero esto no basta para defender la vida. La visión particular que de la vida tiene la fe cristiana es muy sui generis y aún más recalcitrante la propia de la fe católica, y más aún la fe católica tal y como tiende a presentarla este director de la congregación para la fe que lo fue durante tantos años.
No, no me dan buenas vibraciones con este apostolado totalmente desmochado y desconectado de la sufriente sociedad actual, que nunca se encara con los poderes fácticos, con los ricos, con la alta y no tan alta banca, con la manera de hacer las cosas del sistema, con los valores neoliberales: qué poco refleja el caminar de su maestro según está escrito de una u otra forma, sean esos textos más o menos históricos y fiables. Creo que la genuina Iglesia Católica está perdiendo unos años de oro para hacer un apostolado verdaderamente comprometido con el bien y con los pobres, como sí hacía en los 70, en Sudamérica, en tantas otras misiones, incluso en los barrios marginados de muchas ciudades modernas, o hablando con claridad en muchas homilías que podían al menos tener un valor de emancipación y crítico importantes.
Pero todo eso pasó y aquí y ahora estamos sólo atufados nuevamente de incienso y casi sólo de incienso, cuando no de connivencia con los que más machacan al género humano, pues quien calla otorga.
En la página del
Observatorio del laicismo
pueden encontrarse muchos datos sobre esta visita a España de Ratzinger, en agosto de 2011, aportados desde una postura laica que creo para nada debe dejarse a un lado.