II.12 Racionalidad y misterio

Racionalidad y misterio, misterio y racionalidad: un nuevo par de ¿nociones? que nos asalta o acaricia; como si tuviéramos que estar a cada paso remedando a Hermes Trismegisto, habiendo este sido real o mero personaje legendario, sin que seamos de la cuerda de Tesla ni teósofos, ni de la de Teilhard de Chardin, ni alquimistas, ni brujos, ni tan siquiera monjes medievales o del Tíbet, con todo el respeto para personas, actitudes y procederes tales.

Misterio y racionalidad, Racionalidad y misterio están por todas partes, imbricados y coimplicados, como condición de nuestro pensar mismo posiblemente, o como fracaso de nuestra tarea, que Dios es obvio que no somos, no sólo viendo lo determinado; olfateamos en lo indeterminado. Dios, si es que estuviere, ve lo indeterminado determinado y terminado, y hasta en lo determinado encontramos la sombra y la luz también quizá del misterio mismo.

Hay misterio alrededor de la Esfera de Parménides, en su tercera vía; antes del Big Bang y hacia adelante, en la materia oscura, oscura energía; misterio es la muerte, siendo al tiempo la muerte el determinado cadáver, reconociendo la pura razón su miseria en sus paralogismos y antinomias, buscando una Ley del todo o el simple justificar de lo que haya, viniéndosenos todo abajo en esa simple y rotunda pregunta que no es sin más capciosa y que puede abrir la luz del misterio y de la mística: ¿por qué más bien el ser y no la nada?: ¿qué determinó a ser y aun al ser?

Racionalidad y misterio o viceversa, donde quizá sólo nos topamos con el lenguaje y seguro que nos topamos con el lenguaje sin el cual nada es, asaltándonos el hecho de que Kant también lleva razón en esto: que nos encontramos lo mismo que ponemos por decirlo en forma breve; pues cierto es que In principio erat Verbum, y también in finale posiblemente.

Funciona la ley y la lógica e incluso con una fuerza predictiva cautivadora: lo indeterminado y lo determinado, funciona el algoritmo y las equis también pueden despejarse y aun se despejan. Funcionan la forma, la matemática, la lógica, los lenguajes de programación, la máquina y hasta Dios se presentifica como el Relojero —incluso construimos panteísmos confundiéndolo con el reloj— y también nosotros somos pequeños relojeros, artífices y predictores y hasta hacemos tantos milagros, siendo así que se cumple también aquello de que la fe mueve montañas, al tiempo que la razón a la postre incluso es capaz de reconocer y evidenciar su miseria, su límite y su grandeza. Lo decible y lo mostrable: el discurso coherente y el mistérico, Teresa de Cepeda y Albert Einstein, Rimbaud, Arthaud, Planck, Lavoisier, Sade, Leibniz, Thales, Platón… y sus Mithoy tan brillantes que nos han calado hasta nuestros huesos.

Cuando hoy hacemos filosofía hemos de reconocer la compañía de lo mistérico, como cuando contemplamos el hecho de que los sistemas están por principio desfondados y llenos de contradicciones y paradojas, que intentamos resolver, y hasta resolvemos, lo mejor que podemos, sabemos, y, consciente o inconscientemente, sin patente intención o con ella, queremos.

La tarea del pensar hoy día implica esta aceptación, de la racionalidad y del misterio y no como fracaso, sino como condición misma del pensamiento humano, sin que ello vaya en detrimento de la actividad humana más preciada y esencial: la de la posibilidad y el acto de pensar.

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