Barcos fenicios llegan a Iberia, a comerciar, como los encontrados en la playa de La Isla de Mazarrón, o a afincarse y poblar Mastia. Buen lugar, amparado por montes generosos en plata. Pasan entre las estribaciones que muchos siglos después serán de la Curra y Navidad y habitan estos idílicos parajes. Erigen templos en el monte de la Concepción y el Molinete y viven desahogadamente hasta que llega el calculador Asdrúbal en compañía del ambicioso suegro. Y ahí puede decirse que todo empieza, donde precisamente los sonidos terminan quedando en nuestra cabeza todo el caleidoscopio si es que queremos seguir dándole vueltas.