En Cartagena es muy conocida esta manera de referirse a los “pillos”, zagales que correteaban emulando quizá a los antiguos mastianos o posteriores cartagineses, con sus reglas casi al margen de las de sus mayores, trotando por los rompeolas o los montes. “¡Icue!”: Cuatro letras que eran un grito de llamada y complicidad. En pleno centro del casco se alza el merecido recuerdo a su figura, desde el 1971, erigido como para acallar los perjuicios del complejo de Escombreras.
Nos acercamos al Icue actual; retrocedemos a la estatua de los 70; el bastón de un joven ciego se escucha viniendo por la calle Santa Florentina a nuestra derecha; se espera ante el cruce de una motocicleta nocturna que toma la calle del Carmen y sigue el ciego hacia su calle Sagasta escuchándose el reloj del Arsenal. El tiempo retrocede entonces a los correteadores icues de carne y hueso allá por los finales del XIX, principios del XX. Luego vuelve a vomitarnos el tiempo hasta el hoy, no mucho mejor que aquel ayer.