Paraje mediterráneo por el que caminamos conducidos por el caminar de una tortuga mora -típico reptil de la zona-, cuando la legendaria tormenta amaina.
Ascendemos, entre rachas de brisa y una naturaleza que despierta, hasta el Cabezo del Plomo y sus vestigios de poblado neolítico, donde el corazón se nos encoge tocado por el vértigo del tiempo y otras razones; acompañados por las aves del lugar, la cerceta, el águila perdicera…
Tras descansar, el reptil desciende hacia los humedales, donde nos acunan los cantos de las aves acuáticas. Y llegando a ras del mar nos va sorprendiendo la noche.