Cuanta ilusión me hace poder hacer música por mi querida Cartagena: aquella a la que le he dedicado con tanto cariño mi “De Mastia”: la ciudad donde también felizmente llegué a ser profesor de filosofía en La Unión y en el tan querido Instituto Isaac Peral, del que por cierto fui también alumno antes, cuando la ONCE comenzó a interesarse por esto que llamamos la enseñanza integrada (en este caso, de los ciegos en los colegios públicos); en esto también fue uno un poco pionero, no como promotor, pero sí como discípulo que hubo de habérselas sin muchos medios en aquellos años de los 70, y entre profesores de un instituto de bandera, como suele decirse, que realmente me dejaron alucinado en mis años del Bachiller Superior y el COU previos al plan del B.U.P.
Esa tarde, la del 20 de mayo pasado, íbamos en dos coches hasta arriba de material, para allá mis compañeros Sebastián Mondéjar, Sergio Valcárcel y Ada Ulises, con mucha ilusión, un pelín estresados por la hora, con la consigna de tener todo instalado antes de las ocho de la tarde, y nada menos que al interior del Teatro Romano: bueno, actuar ya sobre su escenario debe ser la auténtica repera, pero eso hay que dejárselo a maestros como Keith Garrett; bueno, sentarse ante un cola y poder interpretar ahí debe ser tocar el cielo para un artista.
Pues casi así nos dispusimos a montar, enchufar cables por el escenario de la sala de exposiciones del gran edificio de Moneo, a ajustar y probar, y puntuales intentamos dar lo mejor de nosotros mismos, tan bien acogidos por los organizadores, que cada año se superan.
Yo no pude apreciar el gran ambiente de la ciudad porque claro, no tenemos el don de la ubicuidad, que ni a Jarrett se le ha concedido, pero estoy seguro de que Cartagena, como en otras Noches de museos anteriores, hervía, de arte, de buen rollo, de franca diversión, olvidando un tanto esta mala noche en mala posada en que están tornando realmente cada vez más unos pocos a nuestro querido planeta: qué se le va a hacer. Bueno, algo sí debemos de hacer todos, claro, porque así no sea del todo, espabilándonos lo máximo posible.
Y a las ocho y media –y hasta las 11h. en tres pases-, vertimos los sones de temas como A night in Tunisia precisamente, Body and soul, It don’t mean a thing, God bless the child –ese precioso espiritual de Dios bendiga a los niños-, My baby just cares for me o Route 66, más jazzísticos, junto a otros más sentimentales y nostálgicos, como el mismo tango Nostalgia, María la Portuguesa o el precioso Bolero Usted, ante un público muy respetuoso y espero que gustoso de oírnos, como creo que así fue a tenor de sus aplausos, que sí los hubo y creo que entusiastas en más de un momento.
Luego la pesada labor del músico, que tan frecuentemente es tan poco considerado por las instituciones estas del mercantilismo desaforado, que ni respeta ni al arte ni a la filosofía, que dicen, no dan réditos: menudos intelectuales nos gobiernan. Pero precisamente ha sido estupendo constatar que mis paisanos sí se preocupan por el arte, por la cultura, por la inteligencia: el cartagenero siempre ha sido gustoso y respetuoso con todo ello.
Y vaya, todos nos ilustramos un poquito en esas tres horas, como Ilustración era el lema de los organizadores para esa gran noche mastiana y cartagonovense, como debería decir alguien que pisa suelo de una Cartagonova que supo erigir semejante Teatro hace casi dos mil años y ver las obras de los Plauto, Terencio y demás.
Y regresamos un poco tristes, como suele ocurrir siempre que se acaba algo bueno, y animosos para seguir haciendo lo que sepamos, por el buen rollo, por la seriedad, la música de calidad, y no la fácil esta del ligoteo o bailoteo fácil.
Paso por acá también –porque están en la página del trío en Facebook- este tema hecho en ese tan querido momento: