Nos despertamos desde hace años con noticias cada vez más preocupantes. De 2007 hasta este mismo momento, 10 de octubre de 2022 vamos de sobresalto en sobresalto: a la crisis global de aquel año le han sucedido el agravamiento del cambio climático, la pandemia mundial y la guerra que comenzaba el 24 de febrero de este año. Cada día nos ofrece un panorama más preocupante porque sabemos que el armamento en oriente y occidente tiene un poder debastador.
¿Qué nos sucede a los seres humanos, capaces de construir Inteligencia Artificial de forma tan brillante y al tiempo desplegar tanto dolor en nuestro derredor? Estamos tentados a pensar que en todo lo que hay pugnan el bien y el mal con un mismo ímpetu; lo observamos hasta en los procesos electorales que van sucediéndose en los últimos años por cantidad de países: aquellos quetieen regímenes más o menos Democráticos. Y sin embargo es más conveniente no concebir las cosas en términos del Maniqueísmo. Hemos de tener esperanza; aún más: hemos de fortalecer las tres virtudes teologales y las cuatro cardinales: Fe, Esperanza, Caridad y Prudencia, Jusicia, Fortaleza y Templanza. Cada una de ellas da para un tratado: filosófico y teológico y, porqué no: también científico.
A nosotros, los seres humanos, lo que nos toca es cumplir con nuestro deber y aspirar por cierto a «La paz perpetua». En esto también don Inmanuel Kant se hace digno de todo respeto, como uno de los pensadores más sobresalientes de la Filosofía Occidental que es, siendo así que otro de ellos, Friedrich Nietzsche, le califica como «Chino de Kögnisberg. Y es que en efecto, su aserción práctica de que debemos cumplirlo le asemeja en alguna medida a la forma de entender las cosas China durante milenios.
Más allá de la broma de Nietzsche las cosas son así: hemos de funcionar como si tdo nos fuera bien: cumpliendo nuestro deber y que azar y necesidad, Lo Supremo, se apiaden de nosotros, nos vemos forzados a implorar, cuando presentimos que las cosas pueden írsenos de las manos. ¡En la tribulación cada uno en nuestro puesto y que «lo que hay», con toda su racionalidad y su misterio se torne misericordioso con nosotros, pobres mortales!