LUCÍA DE SIRACUSA

Cuando el poder no emana de la voluntad popular y la justicia, sino del capricho oligárquico, o personal, se impone con la barbarie. Que se lo pregunten a Lucía de Siracusa, mártir de Diocleciano en el 304, cuando contaba 21 años. Su tesón le costó perder los ojos; y cuenta la tradición que seguía viendo. Bueno, a esto hay que echarle fe, que no sé si será el caso. Lo cierto es que este deseo colectivo, de que exista alguien capaz de ver sin ojos, por la justicia divina imponiéndose a la mano férrea del gobernante, es al menos comprensible y aun lindo moralmente, pues el pueblo anhela justicia, viniere de donde viniere.

De lo que le ocurriera a aquella criatura no estamos seguros, aunque pudo suceder lo que nos cuentan los agiógrafos: que fuera acusada de cristiana por algún despechado, ante el imperio y que este se desquitara a gusto, para echar un buen pulso a esa pandilla de rebeldes, revolucionarios, mal nacidos y fagocitadores de su maestro.

Casi dos mil años después, aun ciego veo -las palabras tienen su polisemia- un símil en lo que sucede hoy día: el poder legítimo, pero deslegitimándose día a día por su creciente distanciamiento del pueblo y sus necesidades reales, pretende coartar su libertad de expresión, cercenándole la lengua, al par que también le cubre muchas veces los ojos con todas las vendas posibles.

Bastante curioso, porque ese pueblo, que está prácticamente sometido desde hace años, que ve recortados unos cuantos de sus fundamentales derechos y logros adquiridos, sin embargo, es dócil: todavía ni siquiera ha logrado levantarse ante el emperador y decirle: “sí, aquí estamos”; “procede como quieras, que no damos un paso atrás”. No es un pueblo amotinado ni insurrecto. Muchas veces se limita, al menos por aquí, a ponerse un pito en la boca y caminar por la Gran Vía. Y todavía D. Jorge Fernández y D. Alberto Ruíz reglamentan y proyectan legislar, llevados de la euforia de sus once millones de votos, para exigir multas increíbles y procedimientos administrativos a los díscolos, aún cuando todo está como una balsa de aceite. El siguiente paso, el que queda, será el del procedimiento sumarísimo.

¡Qué será cuando la gente decida expresarse con más contundencia, la que sea, que para el caso es igual y no soy adivino: ¿echarán el ejército encima? Bueno, supongo que si tal llegara las señoras Santa María y Cospedal tendrían muchos argumentos para esgrimir probablemente. Y bueno, ya nos faltaría que don Rouco también pusiera su granito de arena, tan dado al consejo evangélico en cuestiones extraevangélicas, porque de las intra se olvidan que da gusto.

No, no es tan disparate lo que digo; entre tanta tropelía es sabido que el presidente del gobierno ha limitado a dos los medios que pueden preguntar en sus comparecencias y además se permite elegirlos por si fuera poco; información del Diario Público entre otros, precisamente el pasado 13 de diciembre, en el santoral dedicado a nuestra Lucía de Siracusa, bajo este titular:

Moncloa impone la ‘ley mordaza’ en las ruedas de prensa de Rajoy. “La Secretaría de Estado de Comunicación rompe el pacto de más de una década entre los periodistas y se reserva la decisión de elegir qué medios preguntan». Mordaza y venda a la vez.

Definitivamente, se debería tener la sensación, si no se está en las nubes, o si las vendas no hicieran todo su efecto sobre nuestros ojos, de que Diocleciano legisla contra el pueblo; y así parece cuando se arroja sobre él lo que llaman “Ley de seguridad ciudadana”, y su reglamentación adyacente, mediante la cual, presumiendo que no basten las fuerzas y cuerpos que tienen a su mando se arrogan también esbirros de la empresa privada. Y es que en esto de lo privado nuestros gobernantes actuales se dan un arte increíble, en varias direcciones: primero expolian todo lo público, lo del pueblo, y se lo entregan a las manos privadas, después autorizan a las manos privadas a que reduzcan a sus operarios a la categoría fáctica de esclavos. ¡Qué bien lo hacen!, y si los esclavos hablan, además de los ojos les cortamos la lengua.

Negocio redondo donde Europa es reina plena, señora de la injusticia en pocos años. Y pregunto yo: ¿qué sucedería si a pesar de todo, el pueblo, como aquella heroína, siguiera viendo y hablando? Por ejemplo, ¿si un partido realmente popular, no popular de mentira, llegara a tomar las riendas y decidiera -un suponer- no pagar la deuda a Alemania, vaya, o no pagarla toda, o fraccionarla sin interés alguno? ¿Se atrevería Alemania a echarnos encima la OTAN? Si sí, serían unos bastardos. Y si no, ¿a qué esperan? Porque hay tanta deuda como presupuesto. Mas esto no preocupa mucho, porque con ley de seguridad ciudadana, vendas, recortes y continuidad en bailar los mismos, los de Diocleciano, resuelven nuestros queridísimos gobernantes todo el problema tan ricamente, nunca mejor dicho. ¡Ah, y con otros ingredientes: por ejemplo, usando el calificativo de populares, o esgrimiendo al amigo Serrat en campaña electoral, esparciendo aquello de “para la libertad sangro, lucho, pervivo”: ¡ellos con Serrat y Miguel Hernández! ¡Qué sinsentido! ¡Qué venda y qué caramelo envenenado!

Aun cegado el pueblo puede ver, y dotarse de representantes que resuelvan la crisis de forma justa y equitativa. ¡Los milagros a veces son posibles!

Pedro Egio

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