La amplia crisis que padecemos nos hace escribir, efectivamente. Pero ojalá que con el deseo de alejarnos más de la retórica y apuntar algunas soluciones, aun sabedores de que poco podemos hacer, de que poco nuevo podemos de aportar, o de que, a lo peor, desconocemos cantidad de instancias y no nos son dados los botones donde “clicar” para que la situación nos obedezca. Y sin embargo, continúa el imperativo de querer aportar algo, de decir algo que pueda insertarse en el discurso cotidiano y pueda significar en dirección favorable.
Me atrevo, pues, a señalar cosas, muchas de ellas ya bien trilladas, mas que intento trabar aquí de manera que quizá den otro empuje hacia orillas donde pinten mejor las cosas.
1. Algo positivo de este frenazo.-
Lo sabemos todos desde hace unas décadas: el planeta no da más de sí ante la voracidad humana; no sólo comemos: arañamos, trepanamos, esquilmamos esta gran nave en que parece que viajamos por los espacios siderales. Estamos de acuerdo; no todos por igual: más mil millones de sus gusanos que los otros seis mil: la injusticia de la injusticia. El caso es que vamos en un autobús sin frenos hacia el precipicio, afirmado por casi todos sin cortapisas; y los que no lo afirman es porque piensan que se han de morir antes y no les importa mucho el batacazo que se den sus hijos, o no los han tenido por ahorrar más.
Conductores más voraces de este siniestro autobús lo han hecho derrapar antes del abismo: bendito sea: a tiempo estamos: la caída sin frenos, para los que reflexionamos desde hace muchos años, se llama neoliberalismo (y sin mayúsculas, que ya no las merece el término).
¿Cabe un nuevo estilo de marcha? Se trata de pensar, de pensar y hacer claro, echando mano de la magnanimidad, los grandes valores de nuestros pensadores más serios, desde Kant hasta acá y de los científicos más desinteresados. Ya sé que son criterios demasiado generales y que sólo indican; pero decir de Kant hasta acá es mucho, si además dejamos de quedarnos enredados en mitos y predicaciones de inspiración retorcida, donde el deseo se adelanta a la coherencia.
Lo importante por ahora y que quiero señalar si se me permite es que estamos en ese breve probablemente impasse en que el siniestro autobús permanece frenado, aunque, lamentablemente, va a intentar cabecear y volver a tomar la prisa del neoliberalismo.
2. ¿qué puede apuntar el pensar, y dicho abiertamente, el pensamiento filosófico?-
Quizá no mucho por desgracia; no soluciones inmediatas, pero sí una actitud para quienes estén más cerca de tomar decisiones y habilitar un espacio para todas las personas que quieran entender con profundidad este momento.
He sentido orgullo, porque mi formación, tan denigrada por estos tiempos, por el propio neoliberalismo que la ha arrumbado siempre por inútil, la tarea filosófica, parece que cuenta algo en estos momentos. Es más, los momentos que vivimos estaban ya pincelados claramente en Nieztsche en cuanto a la crisis de valores como todo el mundo podría saber; los análisis para entender gran parte de las relaciones económicas estaban trabajados en Marx –siento si alguien se persigna-; y la Escuela de Francfurt ha hecho una excelente lectura del terrible fenómeno del “consumo”; así como el Existencialismo ha marcado cómo el hombre puede ser auténtico o extrañarse y negar el sentido más genuino de su vida.
Pero parece tedioso entrar en estos planteamientos, porque en su mayor profundidad no son cosa muy sencilla; o se escuchan como quien ve bichos raros en un matraz o un museo de Arqueología. Y es curioso: la gente para solucionar su mundo interior sigue a la televisión, a teorías orientales absolutamente acomodadas, desfiguradas, o se aferra a cualquier ráfaga más fétida proveniente del más allá (¿del más allá o demasiado humanas?).
Seamos en todo caso cautos: atreverse a pensar conlleva precisamente reconocer los límites, pasar todas las cribas del análisis del lenguaje, que nos enseña a no correr demasiado, a desmitificar donde haya sólo imaginario; también ser conscientes de la multiplicidad de sentidos, de la gran complicación del propio pensamiento y de nuestra sociedad: pero es una tarea que debe estar siempre presente, me parece, en esto de, 1º intentar poner patas arriba lo que así lo merezca y 2º intentar reconstruir algo, habilitar un espacio de sentido humano, con nuevas reglas (no digo absolutamente nuevas) adquiridas por la experiencia histórica y la reflexión cuidadosa, no clasista, no interesada, no de discurso fácil, no las reglas emanadas sin más del disfrute propio del consumo, en el “todo está permitido” mientras gastes” (porque así llenas nuestros bolsillos y nosotros algo haremos por ti y nuestros trabajadores).
Debería tratarse de una moral humana y convincente, basada no en tópicos sino en mostrar la profundidad del pensamiento occidental y enseñada correctamente en nuestras escuelas. Otros tipos de morales son demasiado interesadas, incluso las no laicas, aunque aparentemente nos hablen de hermandad: no han mostrado que puedan facilitar la vida en este planeta (sea el islam o el catolicismo o el propio judaísmo desgraciadamente de moda) ; y, aún peor, muchas veces han justificado lo injustificable. Hay que enseñar en las escuelas que los valores meramente humanos, la justicia, la vida son posibles, aunque a costa de mejorar las reglas de juego para todos: “más allá del simple Domum”.
3. Obama y su limitación de los sueldos a los ejecutivos de empresas que reciben fondos del Estado.-
No participo del tópico de que Obama sea el ídolo que nos saque a todos del callejón. La medida suena, desde luego muy bien. Creo que es bastante corta, porque la limitación a 500.000$ apenas si suena a limitación y, además, hacen falta muchísimas medidas audaces en esta dirección. Tanto que a mí particularmente me cuadra más la amplia figura de instituciones supranacionales que pudieran legislar para todos. El golpe de volante ha de ser decidido; no digo que traumático: el frenazo ha venido a tiempo pero un solo conductor parece poca cosa:
la metáfora del autobús sin frenos se nos queda ahora pequeña. Hemos de trasponerla a la de montones de trenes mercancías bloqueados que requieren de audaces directrices tomadas muy colegiadamente en todos los circuitos viarios. Cuántas puntualizaciones en los recorridos, cuántas nuevas señales, cuántos recortes, cuántos sacrificios para que todo vuelva a permitir la esperanza a largo plazo.
Parece que el trabajo, dado que la situación es global, debería estar en manos de legisladores o ejecutores globales, al menos por unos años; capaces de otorgar al poder público todas las prerrogativas necesarias que busquen empleo, equiparación, bienestar social e impulsen el poder vivir a todos: ya hemos visto a qué conducen las grandes riquezas personales; también hemos visto la lesión tan brutal de derecho que originan las dictaduras del proletariado obcecadas con unas pocas ideas: ¿podríamos buscar una justa medida de las cosas de una vez, a unas millas del abismo si circulamos así?
Desde luego, para nada la llegada a ese entendimiento internacional debería ser conseguida por medios revolucionarios. Basta con que los famosos Grupos G”x” trabajaran debidamente: se trata de intentar, según pensamos casi todos en el fondo, que ningún hombre muera a manos del hombre por intereses de ningún tipo y de que todos podamos vivir: ¿una utopía? Con el neoliberalismo y con regímenes revolucionarios sí; pero estamos obligados a pensar en esto: lo que no se ve –en el término amplio de la palabra- quizá no existe para nosotros: y lo que no se piensa tampoco: estamos obligados a planteárnoslo y no como un imposible. Es un imperativo y mucho más saludable que muchos otros que nos hemos forjado.
4. En cierto modo Malthus tenía bastante razón.-
Si me fuera dado escribir alguna de esas cláusulas que debería de emitir un órgano rector internacional, me apuntaría a Schopenhauer y regularía muy seriamente al menos la venida al mundo de seres humanos: esto está –como dicen nuestros jóvenes- “petado”. No se trata de quitar de en medio ni a uno sólo del rebaño actual, pero sí de tener cuidado con engrosarlo: y si fuera posible que con el tiempo menguara algo a base de menos “novedades” creo que mejor: somos demasiados enchufados a la electricidad, el gas, las tuberías de agua, devorando, rompiendo cachivaches, contaminando y los 7.000 millones actuales deberíamos poder estar igual de enchufados evidentemente, con mínimas diferencias al menos: no hay más remedio que bajar el tren de vida, más los que más alto lo tengan evidentemente; esto es mandato evangélico: no es proclama comunista sin más; es lo que la actualidad nos señala. Yo vivo de una pensión del estado: tendré que acostumbrarme a que se replantee su cuantía si así lo dicta la convivencia global en que nos hemos embarcado por mor del consumismo; tendré que acostumbrarme a que en mi casa no haya más de uno o dos televisores, un solo coche eléctrico y a prescindir, si fuera necesario, de viajar a las Bahamas y postergar incluso el posible viaje a la Luna si echo a tiempo la instancia. Todo en aras de que los estados gestionen mejor mi dinero y todas las posibilidades: haga escuelas, atienda a los discapacitados y mayores, etc., etc: el estado y no los apremios de cualquier iglesia, porque no son suficientes. Y desde luego será algo a conseguir no con las armas, sino con la fuerza de la coherencia.
Sí deberíamos de acostumbrarnos a pensar que el neoliberalismo no es salida: construyamos una libertad real y no la de unos pocos que en el mejor de los casos apenas si mantienen al resto
Por compromiso y en el peor se largan con la hucha.
El neoliberalismo además, para colmo de males, le ha dado la razón, por un rodeo de calles a T. R. Malthus; su limitación ahora es si cabe más dramática, más imperiosa: el planeta no nos es suficiente.
5. La moral del goce contra la muerte.-
Disculpadme los que hasta aquí halláis llegado: ya termino y no quiero decir muchos más posibles disparates. Hay en la representación de la realidad que se forja el neoliberalismo, en el planteamiento que tantos nos hacemos en nuestra vida de siglo XX-XXI, una máxima muy frecuente y a mi juicio engañosa: “voy a morir, solo; me lo enseña la filosofía moderna (lo único que a veces tomamos de ella por cierto)”, “¡viva yo!”; más aún: “yo goce”, sin límite; a lo personaje de Dovstoievski: Dios no existe no hay límites. Decimos: me quedan 20 años: a vivir como el obispo de Roma en sus mejores tiempos, bueno, como me ofrece el siglo: coches, comer, salir, no cortarme (sin límites): lo hacemos todos los que podemos.
Sin embargo: hasta el Divino Marqués decía: “pongamos orden en nuestros deseos”. Se tata de eso, de una nueva tópica, de valores más elaborados: el placer probablemente va a ser de mayor calidad. No se trata de reprimir, sino de aprender con todo el peregrinar de nuestra cultura; no se trata de renunciar ni siquiera a los placeres más íntimos: quizá son los varios televisores de nuestras los que en verdad nos han hecho mucho más “impotentes”.
En fin, dejaré aquí mis pobres reflexiones por mor de que sean útiles, coherentes y estén al día.