Gadafi nos hace volver a la opaca realidad

A la terca realidad, plagada de intereses de dictadores unas veces, o de clases dominantes del mundo de las finanzas, de lo embrollado de nuestras expresiones. Gadafi es ejemplo de que no es tan fácil conseguir una sociedad justa. ¿Pero es imposible?
Lo cierto es que su sanguinaria terquedad tira por tierra los anhelos algo ingenuos de mi post anterior.
Parece que somos bastantes los que no estamos de acuerdo con este mundo hecho a la medida de las finanzas, estrechado para sus intereses; mundo de la tremenda «ley del embudo», que supone aplastar con los argumentos de «dame todo» que luego yo te cedo «lo que me dé la gana».
Parece que somos muchos los que vamos captando que «nos la están dando con queso», cuando destrozan nuestro planeta, nos machacan con la publicidad que dice «sólo eres feliz si consumes», es necesario «abrocharse el cinturón» o pasar por el tema del despido prácticamente libre; los que sospechamos que en el ansia de agotar los recursos de petróleo y proponer más energía nuclear hay como casi siempre deseos inconfesables; y sin embargo sólo nos faltaría pequeños pasos para ponernos de acuerdo y ponerlos en un brete, con acciones no sangrientas: porque las sangrientas son las de ellos desde hace más de medio siglo, pero acciones eficaces.
En fin, no es poco darse cuenta por ejemplo de que a algunos les interesa por ejemplo la crisis para superarla al precio que sea, que es el de no ceder nada de sus bolsillos para remediarla.
En todo caso, yo sigo con mis deseos: que los hombres sepan descubrir que la diferencia entre ser de derechas o de izquierdas es la diferencia entre el interés particular y el interés general. Y que ese debe ser el rasero para saber cuándo un político es un zorro y cuándo mira por la humanidad: un político, un banquero, un empresario.
Y sigo deseoso, como casi todos en el fondo, de que esta manera de hacer las cosas según el bien general acaezca, porque nosotros nos la trabajemos, claro, porque no va a venir de ninguna parte. Casi la tocábamos hace unos años, pero la crisis nos ha revelado, para no ser ingenuos, la terquedad de la realidad; cómo muchos navegan en dirección contraria e incluso desbaratan, cuando les hace falta, todo lo bueno conseguido durante los dos últimos siglos.

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