«¡Energía nuclear, energía nuclear!»

No suelo escuchar Onda Cero Radio, pero dado que la oferta radiofónica actual es casi denigrante, a excepción de RNE 2, 1, 3, hace unos diez días escuché unos minutos a Carlitos Herrera, su voz ampulosa y ese gesto seguro de quien sabe mucho aunque realmente haya tanto de fachada para mantener un caché. A esa hora, la franja que va de 5 a 6 de la mañana RNE 1 raya en lo insoportable, por muy jovial que se quiera presentar: es ese estilo ramplón del José Luis Torrente, un poco menos verde pero igual de insolente, que incluso se lleva peor, pues Torrente nos abre a lo inconsciente como un chiste largo, de hora y pico, mientras que al sujeto Tuñón se le escucha 3 horas casi diarias, el que lo haga.
El panorama de nuestra radio se completa con referencias sexuales bien a las claras, música de muy baja calidad y locutores que hablan desde el púlpito, marionetas de la comisión episcopal, siempre zafia y de espaldas a la realidad. Pues bien, ahí escuché a Carlitos Herrera, tan querido de muchísimas amas de casa y, bueno, de oyentes más o menos descafeinados y necesitados de alguna moralina no clerical pero bien cercana a la tradición; reconozco que por no serle muy devoto no puedo pintarlo mucho más, pero me esperaba alguna frase en el poco tiempo que estaba dispuesto a dedicarle, que me golpeara y no muy favorablemente. Y llegó; y perdonen que me refiera a ella con tanto preámbulo, pero lo creía necesario. La afirmación, hecha con rotundidad, como suelen hacer los que buscan prosélitos, decía más o menos: «¡este gobierno quiere resolver el tema de la energía con las alternativas; qué error: la solución es la nuclear; claro hombre…!», añadiendo, como suele ser costumbre de los que de mala gana aceptan los resultados de las urnas, algunos adjetivos sobre el candor de los políticos de izquierdas.
Y como a los dos o tres días llega el terrible terremoto, el sunami y la desestabilización de la central nuclear de Fukushima. Pero claro, es más fácil invocar que siga funcionando el estado de cosas vigente: que no beneficia al planeta en que vivimos; que no contenta sino como mucho a mil millones de seres humanos (pero somos siete mil) y de entre estos sobre todo a, vete a saber si llegarán a 20 millones, los que más partido sacan del mal funcionamiento de las cosas.
Los que así invocan a la energía nuclear se olvidan de que el Uranio tiene los años contados, como el petróleo; tampoco quieren admitir la viabilidad de otras fuentes de energía, que son limpias y además no se agotan; y esto ya no es ciencia ficción. Se olvidan de que, incluso sin accidentes, cosa que no parece posible al hombre, enterrar los materiales de desecho es muy complicado, arriesgado, costoso; complicado incluso buscarles emplazamiento: seguirán activos durante muchos siglos: inútiles para producir la energía que buscamos, pero dañinos en alto grado si no se les confina debidamente.
¿Qué intereses conducen pues a persistir en el uso del petróleo y del uranio? Nefastas previsiones y mengua en la cartera de unos pocos.

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