EL RAYO QUE SÍ CESA

No hay remedio. La improvisación y el egoísmo triunfan en política y los ciudadanos parecemos hipnotizados ante tantos gestos insolidarios vestidos con la máscara de la solidaridad y volvemos a otorgarles nuestra confianza, como si lo hicieran tan bien. Lo que incomoda es el viejo argumento de “deja que el empresario obtenga todos los beneficios posibles, porque él hace de máquina”; y así al menos viviremos con sus migajas. la derecha entonces se reviste con la antigua “Cáritas”, generalmente adicta a la Buena Nueva entendida a su manera. Y se reviste incluso con la etiqueta de “popular”, aunque a veces no alcance ni al lema de “todo para el pueblo pero sin el pueblo”, porque en muchas ocasiones prefiere decir: “primero nosotros, luego el pueblo”.
¿subir impuestos? ¡No hombre, no; entonces el empresario pierde una mezquina parte de sus ganancias; y si pierde esa mezquina parte va a repercutir en todos los demás!
¿Seguridad social? No nos pasemos tampoco; aportemos menos y en todo caso tomemos lo que podamos de la tajada: hospital nuevo que construimos hospital que administramos, por aquello de echar carbón a la máquina: para que el tren circule y todos con él, sí.

¿Servicios? … Si pudieran volverían a plantear el consejo de los economistas del XIX: al trabajador lo imprescindible para que pueda seguir trabajando; engrasemos el tornillo para que no se parta. Si no hubiera sido por toda la izquierda, desde Owen al socialismo en todas sus vertientes (y para nada me refiero al espíritu de la “rerum novarum”) el trabajador continuaría desposeído de personalidad, reducido a mera herramienta de otros, sin más derecho a existir que el de seguir haciendo andar a la máquina.
Y luego nos damos, o bueno, se dan golpes de pecho.
Todas estas agrias reflexiones -y siento tener que hacerlas- me son suscitadas por otra idea de la derecha en este caso de nuestra región, que escuché en una emisora de radio local, estando el lunes pasado en la sala de espera de un médico. A bombo y platillo anunciaban que, feliz idea de 9 concejalías, un autobús “tipo rayo” de la empresa de transportes urbanos –por cierto una de las de precio más elevado del país-, comenzaría a pasearse por la ciudad para recoger donaciones de los ciudadanos (ropa, juguetes…) en aras a fomentar la solidaridad en estos tiempos de crisis. Y seguían ufanándose con que matarían dos pájaros de un tiro –esto es muy del burgués acomodado, lo de ahorrar aunque sea munición si bien luego haya otros goteos que difícilmente se justifiquen-: “al tiempo fomentamos una actividad ecológica”. Debe ser porque aquí a veces ha habido dudas de que reciclemos debidamente las basuras en los vertederos; me refiero a la empresa que tiene encomendada esta tarea, claro, porque el ciudadano sí se ha aprendido bastante bien lo de los diferentes tipos de contenedores para reciclar.
Yo no he de criticar cualquier gesto solidario, ni siquiera por supuesto la importante labor de Cáritas Diocesana, mientras exista la gran injusticia de personas que apenas si tienen para comer. Pero de veras que ver al Ayuntamiento metido en estos gestos me produce vergüenza y pena, porque parece que nos quieren confundir: ¡qué buenos somos con los necesitados!, invitamos a echarles lo que nos sobre, lo reciclable, mientras nuestro jefe de partido se pone rojo de ira por la decisión gubernamental de subir impuestos para mantener servicios sociales.
Los que somos discapacitados y tenemos familiares muy cercanos igualmente discapacitados sabemos que con limosnas no arreglamos nada: que todos los hombres y mujeres, mujeres y hombres, tenemos los mismos derechos. Y yo al menos entiendo, además, que pasear un autobús durante un par de semanas para recoger donaciones no es en modo alguno el camino para superar injusticias: es un gesto casi vacío para cubrir el expediente y tranquilizar conciencias de manera muy artificial y rayando lo impresentable, mientras se invita al gobierno a no replantear la política fiscal y además a restar servicios sociales.

Si la mentalidad de nuestros gobernantes locales o nacionales estuviera abiertamente del lado de todos los seres humanos para ofrecerles una Seguridad Social que siga siendo sólida, si no les temblara el pulso creando más recursos para ayudar a llevar una vida aceptable a sus enfermos físicos y psíquicos, mayores; si se esforzaran en mayor medida por desarrollar políticas de empleo, si esa mentalidad estuviera más decididamente del lado de que hay que legislar y gobernar para mitigar en lo posible las diferencias sociales, directamente y no a base de “echar carbón a la máquina”, entonces yo me felicitaría de la circulación de ese autobús magnánimo y hasta consideraría que su recorrido debería ser permanente y no de tan mezquina duración. Entre tanto, lo siento pero su circulación me suena demasiado al gesto del catolicón limosnero –ojalá podamos decir que de antaño- que pone unos duros los domingos al salir de misa en la mano del primer indigente mientras en sus negocios se comporta como lobo del hombre. O peor, que pone la gorra para que los demás pongamos la limosna.
Claro, no es lo más triste que se les puede haber ocurrido!, salvo porque es un gesto que parece tapar tantas otras carencias en el modo de hacer política de unos pocos en esta región y el país.

(Publicado en el diario La Opinión de Murcia el 10 del 10 de 2009)

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