«¡El pobre sólo tiene derecho a morirse!»

He escuchado esta frase en labios de una persona que la decía sin rencor, pero alzando la voz lo suficiente para que otra persona en la acera opuesta de una calle ancha de Murcia la escuchara; y por supuesto sin importarle que otras personas más la oyeran.
Es cierto que parece que ese sería el derecho que más fácilmente estarían dispuestas a conceder instituciones como el F.M.I., alguno de cuyos más altos dignatarios sabe bastante de derechos y libertades de todo ser humano, como lo demuestra al tomar una habitación de 3.000 dólares noche y proceder como parece ha procedido con el servicio. Y por extensión, el derecho que parece conceder con mayor facilidad cualquier institución que prime el mimo al rico y el desprecio por el estado de bienestar.
Y es que oyendo estas palabras no debería nadie expresar otra cosa que algo parecido a esto.
La humanidad está llamada a un cambio, dicho sin pretensiones de visionario; lo reconocemos la gran mayoría. Pero no un cambio de «estrecharnos el cinturón» para seguir corriendo en la misma dirección, casi sin salida, sino, un cambio pacífico pero decidido de relaciones económicas. Son muchísimas las voces que lo vienen reclamando: prácticamente todo el pensamiento occidental filosófico lo viene pidiendo; la Escuela de Francfurt y casi todas las facultades de Filosofía en pleno han señalado lo inmoral del consumismo puro y de las relaciones neoliberales. Pero si a la especulación se une el sentir y ya el padecer de tantas personas, no creo que basten unos pocos altísimos ejecutivos para contener este deseo de casi toda la humanidad.
Desde luego que construir ese otro mundo posible que buscamos no es tarea fácil, pero es nuestra apasionante tarea, en donde debe pesar la gran experiencia acumulada.
Es verdad que si somos muchos los que coincidimos en los análisis de qué pasa realmente, casi nadie sabemos realmente cómo proceder.
Yo muchas veces doy en pensar que tendríamos que tomarnos unos años delineando este futuro, en la forma de reuniones, casi conciliares, desde luego laicas, a modo de cumbres de especialistas; cumbres que vincularan posteriormente, de forma mucho más contundente que cumbres pasadas en relación al clima por ejemplo.
Hemos de empezar a organizarnos y a decir a las altas finanzas que las cosas no pueden seguir haciéndose así: que queremos vivir todos, sin que nadie tenga que decir: «¡el pobre sólo tiene derecho a morirse!»

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