El anhelo de tantos

En estos últimos tiempos están sucediendo tantas cosas que se hace difícil ir escribiendo a compás.
Quizá el anhelo de una gran parte de la humanidad pueda resumirse en el anhelo de un cambio del orden mundial, que supere la gran escisión entre pobres y ricos, de una manera que hasta ahora apenas se ha logrado. Mas aún: no sólo no se ha logrado, sino que la escisión se ha profundizado en los últimos 50 años. La libertad económica ha tenido consecuencias tan nefastas -y a lo peor más- como las dictaduras comunistas. Los cinco mil millones de personas en el globo del lado de la pobreza, tantas personas ahora incluso en los países que llamamos desarrollados sin empleo y llegando a perder a veces el techo, un planeta esquilmado y con problemas medioambientales son los logros del sistema preponderante, basado en las finanzas y las transacciones deshumanizadas.
Claro que somos cada vez más los que deseamos que la crisis ayude a tomar conciencia de la situación. Muchos los que escribimos por acá y por allá; los que además de disfrutar de la tecnología e Internet la usamos para comentar masivamente lo que hay y constatar cuántos somos críticos con el establishment, deseando, eso, que las cosas cambien fehacientemente, sin derramar una sola gota de sangre de un ser humano, pero que cambien rotundamente, de forma que todos podamos vivir a un nivel parecido. Eso se acerca al mandato evangélico, ¿no?, aunque las voces religiosas, como suele suceder, se mantengan al margen tantas veces de la realidad; y oren sin dar con el mazo, no haciendo caso al refrán, lavándose las manos como si este mundo siguiera siendo el enemigo de nuestras almas; qué de críticas merecerían, si no fuera por algunos de sus frutos realmente encomiables, como sea Cáritas o algunos de ellos tan realmente abnegados. En fin, ya me gustaría un papa con el talante de Juan XXIII, o como aquella figura de «Las sandalias del pescador», pero no, ese no es el talante de la Iglesia Oficial ni de otras Iglesias: o callan o se hacen cómplices de los que esclavizan sin remilgos a la inmensa mayoría.
Cuando vemos a tantas personas levantarse en varios países, incluso manifestaciones tan cerca de nosotros, decimos: ahí está: la conciencia de que esto tiene que cambiar. Y pensamos: ¿seremos capaces, todos los hombres de buena voluntad, más conscientes que hace décadas, de tantas cosas, con más historia a nuestras costillas que hace un siglo, claro?, ¿seremos capaces de señalar a los políticos, a los banqueros, a los especuladores, la diáfana idea de que ¡basta ya! de despropósitos? ¿Lograremos trasladarles el encogimiento de nuestro corazón cuando a cada paso nos tropezamos en nuestras calles con personas desasistidas y en situaciones sobrecogedoras, o cuando sabemos de familias sin trabajo o que deben dejar sus casas, sin mirar a otros continentes mucho más desafortunados al menos económicamente hablando? Porque desde otro ángulo puede que estén muy por encima de nosotros.
¿Lograremos que, bien por temor a nuestro gran poder, bien porque resuene en ellos la voz de la razón, delineen poquito a poco las norma de un orden mucho más justo?
Parece necesario; muy difícil, pero quizá no del todo imposible.

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