DE QUEMAR SANTOS NADA.
No nos negaremos que la confusión reina hoy como nunca en la calle. Y que “ a río revuelto ganancia de pescadores”.
No nos neguemos que hoy como nunca necesitamos de una moral verdaderamente humana, laica, porque si la confesión puede ser acto que nos conduzca hacia el bien general, es cierto que también el perdón de todo y la compra de ese perdón –práctica demasiado frecuente- echan al traste con esa bondad.
El Obispo de Ipona, nos deja aún hoy perplejos cuando escribe anteponiendo precisamente este título («Confesiones»), a muchas verdades realmente edificantes, pero está claro que hoy abundan muchísimo más, para desgracia del género humano los confesos impresentables, de valores harto dudosos. Y no se trata de arremeter contra las personas, de invocar a la sangre, de ser violentos, sino de lo contrario. La práctica de la hoguera, la “cruzada”, la doble moral está frecuentemente más vinculada al fundamentalismo, y somos muchos los que ya abominamos de éste.
No queremos que los recursos públicos, de todos los ciudadanos, se destinen a mero carnaval; preferimos que se destinen a salvar a los hombres y mujeres que pueblan este planeta, en España y en cualquier otro lugar.
Destinemos tanto caudal racional que hemos logrado amontonar con los siglos, tantas experiencias, a luchar por un planeta justo, por la igualdad, por el trabajo y por el bien común.
Un artículo periodístico no tiene por qué ser necesariamente un relato de hechos, relato que por otra parte nunca es puramente inocente, admitamos que en un artículo periodístico deben también aparecer sentencias sobre el quehacer, y sea ese un quehacer que nos dignifique en todo lo posible.
Quienes así pensamos no abogamos por quemar (dicho inequívocamente y sin más metáfora que la mínima que permita entendernos, presente incluso hasta cuando pedimos un vaso de agua) nada, y si volvemos a la metáfora, sea el egoísmo, la cerrazón mental, el burdo individualismo los que sean borrados del mapa.
Obviamente que nadie está en disposición de construir con una varita mágica “un mundo maravilloso», como que este mundo tampoco lo es a pesar de Leibnitz, y por supuesto tampoco es el peor a pesar de “Cándido”, el librito de Voltaire. Pero sí que casi genéticamente estamos llamados a hacerlo más habitable para todos.
Igualmente admitamos que si nuestras condiciones de vida mejoran, no alcanzarán tal condición por arte de birlibirloque, y más bien ha de suceder, parafraseando a la propia Biblia –ese libro de tantas culturas que podrían ser perfectamente hermanas- “con el sudor de tu/nuestra frente”.
Admitamos que lo que llamamos “Semana Santa” es un conjunto de siete días destinados a recordar, a ser posible en el rincón más profundo del corazón de cualquier creyente, a Jesús de Nazareth, y que nadie está autorizado a atacarla; admitamos que muchas veces la degradan los mismos que se llaman creyentes.
Admitamos que el pueblo tiene derecho a hacer pública su fe y revestirla de gestos externos que lo ensalcen. Pero admitamos igualmente que con frecuencia esas exteriorizaciones están huecas. Y obviamente admitamos la libertad del pueblo, y no le pongamos unas veces alas, y otras «ley mordaza», a conveniencia de unos pocos.
En tal sentido es bien loable que un conjunto de ciudadanos, de los buenos, en entendiendo ahora (¿y porqué no siempre?) por tales, aquellos que defienden la redención de todos y no sólo de los privilegiados, se unan en torno a una idea sencilla: la de reclamar, pacíficamente, educadamente, pero con el tesón de los convencidos en que proceden correcta e incluso sabiamente, la laicidad de las instituciones que conforman el Estado español.
Esta petición de ideas por otra parte está sostenida los 365 días del año –o 366 para el caso del que transitamos-.
Igualmente esta bendita pretensión no desentona con todas aquellas sostenidas con tanta insistencia por doquier, respecto a la manutención de los servicios que hacen posible una vida justa, sea en primer término la manutención pública de la salud, la educación a la altura de lo que la humanidad del XXI se merece y la igualdad social y económica. Por supuesto, según criterios distributivos si se quiere, pero cuidado que estos criterios no autorizan en absoluto a que un 1 por ciento de la humanidad tenga todos los recursos principales y el resto, más o menos escalonadamente deba prescindir de ellos, hasta llegar a una base de la pirámide en que tantos muerden polvo.
No consienta nadie tal cosa, aunque sólo sea en aras del buen gusto, y menos los religiosos, de la confesionalidad que se quiera, que en sus mentes esto suceda en esta semana que ya no es de siete días y me temo que tampoco muy santa.
La humanidad, más que nunca debe, modestamente me parece a mí, rehacer la santidad de esta semana, que también nos toca transitar juntos.
¡Todos, pero todos, nos merecemos una buena semana santa!
Pedro Egio