Se trata de alguien bastante célebre, pues uno de sus motivos principales de trabajo es éste, que tanto interés despierta a casi todo el mundo. Y el trabajo de don Antonio Piñero siempre es riguroso y serio, y lo sigue siendo, en su constante actividad a pesar de su edad: unos setenta y tantos años largos. La verdad es que su voz me lo presentifica como bastante joven de espíritu, no sé si por «vivir» tantas horas en el Siglo I y algunos después también -al escucharle, o hace años en RNE, u hoy mismo en algunos vídeos por Youtube-, porque su investigación recorre como poco hasta el siglo VIII y alguno más de nuestra era, además de que a alguien tan culto pocas cosas se le pasan de largo, de toda la producción cultural mundial. Estoy convencido de ello. Una gozada tener de coetáneas a personas así y tan activas y certeras, y sin duda que aunque no abundan sí tenemos suficientes: personas serias y conscientes.
No sé cuál es su filiación política ni me importa mucho: creo que personas así se merecen toda nuestra admiración: el respeto se lo merece todo el mundo, aunque tal y como van las cosas es cierto que unos más que otros. Pero vaya, lo que me interesa de Piñero es su tratamiento de este tema, en el que llevo yo también tanto tiempo interesado: desde mi adolescencia; antes en España éramos pocos los que no teníamos sin más directamente una buena dosis de fe y algunos ya un ateísmo galopante; hablo de los años del 58 en que nací hasta los 77 por ejemplo, en que yo comencé mis estudios universitarios en la Murcia de nuestras entretelas.
Yo fui tremendamente religioso hasta los 19 años más o menos, en que comencé a ser agnóstico, por influjo directo de mis estudios de Filosofía pura, e incluso cuando uno es religioso, si no es plenamente ingenuo, siempre surge la duda sobre determinados dogmas de la fe; pero, sí, nada más comenzar la carrera mi posición ante las cosas se afianza, viniendo como uno venía ya de sospechar bastantes agujeros importantes en la educación de corte franquista que todos bebíamos, porque mi formación en el instituto Isaac Peral en Cartagena ya me brindó profesores en alguna asignatura, Literatura, Historia, o las científicas que se compartían con el bachillerato superior de letras, ya comenzaban a despertarnos un tanto más crudamente a la vida y todas sus ricas realidades, en esos años de progresiva apertura de España, muriendo como murió el dictador en el 75.
Y volviendo a don Antonio Piñero, yo también me encontraba con el problema de Cristo, a nivel propiamente mío, pero también diseñado y vivido por los primeros filósofos incluso de la cristiandad, obviamente no presente en los anteriores a Cristo y tan importantes; pero el estudioso de la Filosofía profesional, en efecto, debe encarar todo el devenir del pensamiento occidental, y este giro tan drástico podríamos decir, que comienza a experimentar tras el siglo I, no tremendamente drástico realmente, porque en la historia, ni siquiera en los momentos más conflictivos, no observamos rupturas radicales y hay múltiples continuidades y una tremenda riqueza, lógicamente, de procederes y discursos tan plurales, siendo tantos sus actores, los pueblos y las comunidades. Y por lo demás aún continúo con constancia en bastante contacto con la figura de Cristo, sobre todo cuando cada vez más me voy definiendo como alguien que piensa desde la izquierda, el agnosticismo y convencido de ser a la vez cristianos en tantas cosas: tres vértices de un posicionamiento que para nada veo contradictorios ni excluyentes entre sí. Y he de decir que coincido en todo con don Antonio, aunque el especialista en la cuestión es él obviamente, pero uno algo también llegó a conocer de la historia del pensamiento, naturalmente, y tengo igualmente muy buena memoria, de los primeros años de la Filosofía hasta nuestros días, y desde luego ningún filósofo occidental a partir de los primeros siglos de la era cristiana occidental, ha podido prescindir de habérselas con Jesús de Nazareth en mayor o menor medida, como a casi nadie se le escapa.