Transcribo aquí un artículo de mi buen amigo y organista Carlos Rafael Pérez, que lo fue de la Iglesia de la Caridad de Cartagena después de mí, por su preocupación por atender el mal estado de estos órganos, especialmente el que ambos compartimos, él hasta hace unos meses, cansado ya de luchar para su puesta a punto y ante la imposibilidad real de poder hacer música decentemente en él y de ser desoído por la autoridad competente. Este es su artículo, publicado hace unas semanas en el diario La Opinión de Murcia:
En lo que se refiere a la Música Clásica, desgraciadamente para nosotros, nuestra sociedad deja bastante que desear. Fijándonos en la realidad de otros países europeos, no hay más que viajar fuera y percibirlo: es evidente.
Admiramos la calidad de las orquestas, los teatros, las temporadas de ópera y ballet de bastantes de esos países y no hay que pensar mucho para llegar a la conclusión de que esas orquestas y esos teatros están sostenidos y apoyados social y económicamente por sociedades más cultas que la nuestra, en las que existe una gran demanda de Música Clásica. Esa realidad musical de los países del centro y norte de Europa y el camino que nos falta a los españoles para acercarnos a ella, me lleva a considerar como imprescindible el cambiar el rumbo de la música que habitualmente, salvo excepciones, se hace en nuestras iglesias.
Es sabido que para la educación musical es fundamental el hecho de escuchar y el hecho de cantar. Sociedades musicalmente superiores a la nuestra llevan siglos educándose en sus iglesias. En esto ha sido decisivo el papel que protestantes y católicos desde el siglo XVI dieron al órgano de tubos como instrumento fundamental para la liturgia, acompañando como ningún otro el canto colectivo y organizando a su alrededor todo un universo musical (formas musicales, coros, música instrumental, etc.). El órgano ha sido una pieza clave para la educación musical de los países del centro y norte de Europa desarrollando, junto a su finalidad de acompañar la oración de los fieles y la liturgia, una extraordinaria labor masiva de sensibilización y práctica de la música especialmente acompañando el canto colectivo. Los fieles, sin darse cuenta, mientras rezaban o cantaban educaban su oído y su sensibilidad llegando, tras muchas generaciones, hasta hoy, con un oído cultivado y exigente.
Sin entrar en cuestiones religiosas, creo que esa práctica durante siglos del canto colectivo apoyado con el órgano, explica el mayor grado de presencia de la Música Clásica que poseen especialmente las sociedades de religión protestante. El órgano les ayudó precisamente a escuchar y a cantar, y así ha sido nada menos que durante quinientos años. Escuchar y cantar son la base de la educación musical. Como en tantas cosas, las iglesias europeas han educado musicalmente sin proponérselo expresamente a esos ciudadanos y a ese público que, tras generaciones y generaciones, en el siglo XXI sostiene hoy y apoya – fuera del ámbito religioso- a las formidables orquestas y teatros de sus ciudades. Es un público con cultura musical que tiene a la Música Clásica como referente, en gran medida, de su grado de civilización.
En la actualidad ¿qué nos encontramos en la mayoría de las iglesias españolas? Una gran incultura musical y una extraordinaria falta de criterio. Se prefiere la música de Kiko Argüello a la Polifonía y al Canto Gregoriano; y para cantar se opta por la guitarra antes que por el órgano. ¿De qué sirve el extraordinario patrimonio musical de la Iglesia en España? ¿Por qué se ha sustituido ese patrimonio por guitarras mal tocadas, micrófonos estridentes, coros desafinados y composiciones vulgares? ¿Por qué siendo españoles los polifonistas Tomás Luis de Victoria, Guerrero y Morales, por ejemplo, se interpretan en Inglaterra mucho más que en su propio país? En definitiva, ¿cuándo va a entrar la buena música en nuestras iglesias?
Causa tristeza reconocer nuestro atraso musical conformándonos demasiado cuando asistimos continuamente a celebraciones religiosas depauperadas en lo artístico, próximas a la chabacanería y fomentadas o admitidas resignadamente por clero y fieles.
El camino que tenemos que recorrer es largo, pero alguna vez hay que empezar, y de esto debemos darnos cuenta todos, no solamente la Iglesia Católica o nuestros políticos. Nuestros templos pueden y deben desempeñar una extraordinaria labor de sensibilización más allá de lo estrictamente religioso.
Debemos entender la necesidad de que deben recuperarse los órganos antiguos o construirlos nuevos para que tengan una proyección colectiva, artística, cultural o religiosa sobre nuestros pueblos y parroquias similar a la que tienen en otros países europeos.
Al mismo tiempo es necesario crear salidas profesionales para los jóvenes que se decidan por estudiar órgano en los Conservatorios. Es éste un asunto que la sociedad todavía no entiende bien y en general, la Iglesia, tampoco. ¿Quién va a estudiar órgano si no va a encontrar trabajo después de muchos años de dura formación? En los países con amplia cultura musical ser titular de una iglesia y vivir digna y honradamente de su sueldo como organista es una de las salidas que existen para los estudiantes de órgano. Para muchos esto se trata de un sueño. Es posible, pero estoy convencido de que mientras no se comprenda esta necesidad, y la Iglesia y la sociedad no inviertan dinero en ello, no avanzaremos mucho en el terreno de la educación musical en general.
Nuestros párrocos se asustarán de que, de ser así, el órgano y el organista constituirían un serio problema económico. Es éste un hecho que muchas iglesias y catedrales españolas deben plantearse hoy día. Si nuestras iglesias invierten dinero en obras, limpieza, luz, ajuares y demás, deben invertir igualmente en música, con la seguridad de que teniendo a un músico profesional ejerciendo su labor, la parroquia y la sociedad donde está insertada, verá rentabilizada con creces su inversión, y eso ya está demostrado en muchos sitios.
Por último, vayamos a los organeros: los constructores y mantenedores de órganos. El suyo es un oficio secular que está vigente; se estudia por ejemplo, en Francia y en Alemania, en las escuelas de Formación Profesional. En España, los pocos organeros que existen, han aprendido el oficio en el extranjero o en talleres particulares. Hay organeros profesionales, solventes y acreditados en nuestro país, que dan trabajo a artistas y artesanos enamorados de su oficio y que construyen órganos nuevos, restauran los antiguos y hacen su mantenimiento. Ejemplos: los nuevos órganos instalados en la ermita-santuario de la Virgen de la Huerta en Los Ramos-Murcia (septiembre 2005), en la iglesia de La Asunción, en Cieza (septiembre 2011) y en la de San Jaime y Santa Ana en Benidorm (noviembre 2012).
Es ineludible en este asunto hablar de dinero. ¿Cuánto cuesta un órgano nuevo? Para una persona sola, mucho dinero. Pero no se trata de un instrumento para una persona. ¿Cuánto cuesta construir una obra pública de cierta envergadura? Para una persona sola, también mucho dinero. Un órgano no es para el salón de una casa. Se trata de un instrumento para todos, del que se beneficia toda una comunidad y así ha sido entendido siempre. Un órgano de tubos no es una propiedad individual: pertenece a todo un grupo social.
El órgano recién inaugurado en Benidorm, por iniciativa de su parroquia, con tres teclados, cuarenta y cuatro registros y casi dos mil tubos ha costado cincuenta millones de pesetas (trescientos mil euros), costeado en gran medida a base de bonos de cincuenta euros por tubo. Salieron voces demagógicas criticando la inversión en esta época de crisis. Voces de algunos políticos que han debido retractarse ante las razones expuestas por el sentido común. ¿De dónde ha salido el dinero? Pues ha salido de aquí y de allá y al final, el pueblo de Benidorm ha enriquecido su patrimonio colectivo con una inversión que todo el mundo puede disfrutar y que puede durar siglos.
Un órgano de tubos en una iglesia es una inversión aparentemente costosa a corto plazo pero no lo es, para nada, a largo plazo, pues se rentabiliza socialmente más que de sobra y dura años y años. Tampoco creo que deba salir de un solo bolsillo, pues de su música se va a beneficiar, en el caso de Benidorm, toda la comunidad (residente o visitante), y a fin de cuentas ¿qué son cincuenta millones de pesetas para toda una ciudad o un pueblo si se enriquece durante generaciones su patrimonio cultural y artístico?
El hecho de la instalación de un órgano de tubos para todo un pueblo siempre merecerá la pena y es una empresa que al culminar producirá una satisfacción como pocas; así se ha entendido en Benidorm, en Cieza y en Centroeuropa; allí, tras dos guerras mundiales, no se concibe una iglesia grande o pequeña que no cuente con su órgano; órganos que son el orgullo de esos pueblos, costeados con entusiasmo por sus propios habitantes sensibles a la Música, provocando la admiración de quienes les visitan y sirviendo, en expresión de Juan Sebastian Bach “Para Gloria de Dios y provecho del prójimo”. Es hora de avanzar en ese camino.»
Carlos Rafael Pérez, citado por Pedro Egio