Nuestra experiencia acerca de actuaciones en directo en Murcia cada día es más desesperanzadora; percibimos aquí un estado de cosas que no sólo es propio de la interpretación musical sobre los escenarios, sino que se trata de una experiencia poco agradable que acompaña a tantas parcelas de la vida humana, individual y colectiva actual; es la misma experiencia que a muchos incautos les hace derivar hacia posiciones por otra parte poco recomendables, como las que tantas personas toman por lugares como Brasil, Estados Unidos, Italia o nuestra misma Andalucía en estos últimos tiempos.
Pero quiero centrarme en nuestra visita el próximo viernes a la cafetería Ítaca: uno de los contadísimos lugares en que puede hacerse música, como suele decirse ‘en vivo’, en Murcia capital. Y en efecto vamos a acudir en formación de cuarteto, con Sergio Valcárcel al bajo eléctrico, Sebastián Mondéjar a la guitarra, el banjo o la armónica, Pepe Riquelme a la batería y el que subscribe en esta ocasión al órgano Hammond: se trata de un instrumento muy elaborado que reproduce perfectamente a los legendarios B3 de la interesantísima casa Hammond, construído por ésta misma en versión digital, abandonando pues el uso de válvulas.
Es bien sabida la importancia también del órgano en el mundo del jazz, y de la música moderna, entendiendo a ésta como la que se produce desde los años más o menos veinte, treinta, del pasado siglo, para el gran público y que termina siendo más o menos comercial. Nombres como Jimmy Smith o Lou Bennett, y otros más distantes del jazz como Roda Scott o Rudolf Pacchi, pero incluso un sinnúmero de ellos, colocan al órgano electrónico, y en especial al fabricado por la casa de Robert Hammond desde los años cincuenta y siguientes, a un nivel verdaderamente fundamental; Robert Hammond, y luego mejor arropado aún por Robert Leslie y sus altavoces giratorios, monta un instrumento capaz de entrar incluso en las iglesias protestantes de EEUU abaratando la construcción de los órganos litúrgicos de tubos, que desde la aparición de la electricidad se apoyan por cierto también en ésta para producir el aire necesario que los tubos requieren. Y desde las iglesias estos modernos dispositivos, de consola relativamente semejante a aquellos, saltan a las agrupaciones de la música que reseñamos, o incluso se acomodan en algunas salas de cine mudo, ya que el prototipo de los mismos existían antes de los años cincuenta.
Y es para mí una gran satisfacción acudir a Ítaca con uno de estos instrumentos, heredero de la larguísima tradición del órgano en la cultura occidental, desde el hidráulico de la antigua Grecia, pasando por los Positivos de la baja Edad Media, los ibéricos o los de centroeuropa tan codiciados por J.S. Bach, o los sinfónicos del XIX, de los que nuestro Merklin catedralicio es tan considerable ejemplo: siempre los he amado; incluso esto justifica sobradamente el que con un grupo de compañeros constituyéramos esa sociedad que tan bien los mima por nuestra querida Murcia: la asociación AMAORM: asociación Merklin de amigos del órgano. Desde que a mis tres años escuchara en una de aquellas antiguas radios probablemente en la SER la famosísima ‘tocatta y fuga en Re’ continúo colgado y enganchado a esta sonoridad tan especial y rica del órgano en sus múltiples manifestaciones y cuando me siento al Hammond no puedo por menos de tener presente también a toda esa basta tradición y forma de hacer música, basada en sentarse ante un par de teclados mínimo -a veces con uno es suficiente, como en el caso de los teclados partidos en los ibéricos, consistente en que resuene el aire dentro de múltiples tubos, mientras mantenemos las teclas pulsadas, sin que el sonido se interrumpa al final de vibración de las cuerdas, y con tal cantidad de combinaciones de timbres que el oído agradece casi esa genial imitación de la música de las esferas.
Pedro Egio.
–