Principalmente desde 2007, momento en que podemos cifrar muy probablemente el comienzo de un largo colapso del neoliberalismo que no sabemos aún dónde conducirá al globo, estamos, y casi en cualquier parte del planeta, sujetos a sorpresas constantes, y a sobresaltos que afortunadamente aún no han conllevado una gran desestabilización, pero que sin duda a todos nos van preocupando y nos hacen responder de una u otra forma: unos intentan desvincularse del pensamiento más o menos de tipo social, o directamente político, otros dan un paso más y tras pasar por ahí terminan aterrizando en soluciones fascistas y las votan sin ningún pudor, algunos intentamos ser algo más conscientes y nos preocupamos, y procuramos informarnos e ir obrando en consecuencia, en nuestra relación con los demás e incluso en nuestro «trato» con nosotros mismos.
Uno de esos sobresaltos y no pequeño fue antes de ayer el gesto tan reprobable de que alguien se auto proclamara presidente de un país, como le sucedió al señor Guaidó de Venezuela, sí, presidente de una Asamblea Nacional, pero sólo y nada menos que eso, y por tanto persona que debería ser -es quizá tan sólo una opinión- muchísimo más cuidadoso con su país; sobre todo cuando sabemos que sigue la cuerda de alguien tan impresentable -¿será tan sólo una opinión?- como otro que sí es presidente de un país, y que se caracteriza por tener ocho mil millones de euros de patrimonio: a saber cómo están conseguidos, y por ir tocando las narices de tantos países, muchas veces con excusas bastante peregrinas. Y es una pena cómo el personal en general está tan enajenado de las cosas, que son complejas, desde luego, pero también a la vez bien simples: el problema siempre viene siendo el mismo, desde hace muchos siglos, y se llama sinvergonzonería en grado supino, por el tema de las perras, por las que el hombre en efecto se hace perfectamente licántropo para su vecino: no diré aquí y ahora «hermano» para no parecer más que un simple cursi, siendo así además o por otra parte que en mi caso procuro ocuparme poco del parecer o no parecer ante los demás.
Sí, es bien triste que nos inmiscuyamos en los asuntos de los países con la excusa de que vamos a protegerlos, cuando realmente lo que buscamos es sacar partido, y principalmente económico, de nuestras supuestas acciones morales, o éticas, si entendemos la ética como algo inherente a los comportamientos colectivos, y no sin más como la teorización más aquilatada y estricta y abstracta de los discursos morales. No, señor Guaidó: a mí no me parece correcto su proceder, y hay unos cuantos argumentos más para sumar, si bien no puedo estar por más tiempo pegado a este post, porque hay más cosas que atender, y porque, en nuestro tiempo estamos sujetos a tanta sorpresa y tantas cosas hay por comentar y que atender, si queremos estar realmente vivos.