Sigue el Partido Popular ofreciéndonos actos bochornosos todos los días.

Y por desgracia el español ha debido peder la capacidad de razonar; o, a lo peor, será que le gusta esta forma tan ramplona de hacer las cosas: el engaño, el choricismo, el patriotismo barato y en nada laico, el importarle tan poco o nada la existencia de los otros, tanto que están haciendo de España más que la tierra tan maravillosa que a todos puede darnos cabida, un verdadero nuevo estercolero, capitaneado por el dictador Rajoy y todo su sanedrín de intelectuales bastante mediocres.

Un simple ejemplo extraído de Murcia: estos señores no tienen un duro para pagar a los empleados del Museo Ramón Gaya de Murcia capital, pero sí lo gastan a espuertas para pagar a centenares de policías en las vías del trazado de su maravilloso AVE sin soterrar, durante ya más de 200 días. Algún día deberían rendir cuentas a los españoles, a ver si así dejan éstos de votarles como a sus protectores, cuando son de los peores pastores del rebaño.

Una auténtica pena, y mayor aún la pena de que quien le dispute el sillón a don Mariano sea un liberal progresista de estos de los que nuestro mundo por desgracia no está precisamente muy necesitado. Sí, este supuesto jovencito llamado Albert Rivera, que ante Mariano se comporta así de confuso: tú me das cremita y yo a ti también, según rezaba cierto anuncio publicitario de la televisión. Y así, los que no le cortan las alas a los del tan mal llamado partido popular colaboran estupendamente en esto de recortes sin ton ni son, como no sea el son de llenarse descaradamente los bolsillitos estos políticos que sólo lo son de su “cosa sua”, títulos falsificados, personajes que nunca quieren dejar su silloncito, canto al militarismo, expropiación a espuertas de lo público, destrozo de la Educación y la Sanidad del país, amiguismo que te quiero amiguismo, caciquismo que te quiero caciquismo, compadreo con la religión católica al más legendario uso franquista, desprecio de Europa si hace falta, por aquello de que España es diferente, cuando a ellos les conviene.

Y otra pena de las grandes: que las formaciones políticas solidarias, o tradicionalmente entendidas como de izquierdas, no sepan darse la mano, para hacer de España el lugar que los españoles nos merecemos.

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