Lo del «puede» expresa el deseo de dudar de lo que viene probablemente sin remedio; y en gran medida porque esa derecha se ha preocupado muy mucho de vender la idea de que Zapatero es responsable de todo lo malo que acaece al sistema capitalista, por cierto en franco jaque por sí mismo: al sistema me refiero.
Esto es: tiemblan las estructuras del sistema, tiembla la banca internacional, tiemblan las finanzas mundiales y Zapatero, -se nos dice, con mayor o menor convencimiento, hasta la saciedad- es el culpable; no el paraguas aquí en España de esa quiebra global; no quien, aun siendo presidente de un partido de siglas socialistas se alinea con la banca y la empresa, tapando todos los agujeros de la primera y legislando descaradamente a favor de los segundos, sino el «torpe» responsable de la caída de las «torres gemelas», del alza y agotamiento progresivo del petróleo, de la estafa de las subprime y el desmoronamiento de Lehman Brothers; incluso de las protestas de los sin-nada de los países africanos, ¿no?, el impulsor del maremoto, el Tsunami y el fatal desmoronamiento, por llamarle algo a lo horrible, de la central de Fukushima; por cierto parece que aún baluarte para algunos de todo progreso venidero.
Zapatero es culpable de todo eso y todas nuestras desdichas acabarán el día en que nos instauremos nosotros, con nuestras maravillosas ideas. No os preocupéis, venimos a defenderos de la máxima estulticia, la mayor de las inoperancias “de ese monigote” falta por decir, aunque haya sido tan magnánimo con el sistema, aunque en el fondo lo haya hecho aun mejor que nosotros mismos, aunque estemos pensando que merece un mausoleo cuando desaparezca.
Pero, ¡No os preocupéis!, no descansamos tejiendo ese programa electoral que nunca decimos más que en el último momento; bueno, mejor vamos a anticiparos algo de nuestros maravillosos venideros remedios, para que podáis juzgar por vosotros mismos cuánto de bueno se os viene encima, qué claridad de procedimientos, qué luz por ocho años ensombrecida: vamos a abrazarnos más o menos descaradamente con la conferencia episcopal; vamos a retirar la actual ley del aborto; a mantener en su puesto al señor Francisco Camps; y se supone que:
a terminar con toda concesión a la homosexualidad –por favor, ¡qué asco!, aunque a algunos de nuestros hijos alcance la medida -una desgracia como otra cualquiera-; a volver a aplaudir a los ayuntamientos que se atrevan a construir y construir sin tregua; a bajar más y más los impuestos, a bajar la jubilación a los 65 complementando su monto risible con mil planes privados, ¡claro!, de jubilación, etc., etc., todas maravillosas medidas para la mayoría de los mortales, ¿no?
En fin, seguiremos defendiendo las recetas neoliberales que sostienen que el trabajador es secundario; que donde hay que echar carbón es en la máquina del progreso: el empresario y sólo el empresario; que él se haga cargo de todo: que dé clases, que cure (esto con paquetes de grandes ofertas: póngase usted por ejemplo dos pegotes de silicona a precio de uno); y llegará el día en que el empresario también administre justicia.
Seguimos en la idea -que debería ir tornándose ya caduca, dice ahora quien escribe- de que hay dos castas: la de los iluminados ricos y la de los desgraciados y bestias para el trabajo; y Dios más cerca de los primeros que de los últimos puesto que parece premiar más aquellos: por algo será, se decían los Calvinistas y otros hermanos en la fe desde el XVII: “va bien mi empresa, ergo Dios me ama”: tremendo Dios mezquino y bien duro para esto del amor, por cuanto muchísimos más son los que están tocados por el sino de la desgracia, en el XVII y en el XXI, además de otros males colaterales en este siglo nunca antes padecidos.
Y se sigue pensando: hagamos más ricos a los ricos y esto funcionará. Puede que nos falte planeta o que lo fundamos, pero es igual, funcionará, aunque sea por unos años. Si hace falta mantengamos hasta la extenuación nuestras centrales nucleares; como si llegaran a creerse lo de Zapatero y se dijera: cuando se vaya este cretino no habrán más tsunamis.
Esto es bien triste. Pero si cabe más triste es que los pobres bendigan a sus verdugos. Yo no digo que los sacrifiquen, que rueden literalmente cabezas, pero triste y penoso es que el pobre coree las consignas de sus falsos redentores; triste que no sean conscientes de lo que realmente sucede, que sigan necesitando personalizar todos sus males en la figura que aquellos les marquen, sea demonio o «rojo»: aquellos que todo lo trasmutan con tal de llenarse los bolsillos y dar gracias a María por ser tan guapos y perfectos; que se forjan un Dios humano a su interés para tranquilizar sus conciencias y para calmar también a quienes menosprecian cuando destruyen el estado de bienestar que costó levantar siglo y medio antes de repartir cargas o ralentizar la velocidad de todo el convoy.
¿Y Zapatero?, pobre Zapatero: empezó remando para todos y terminó también prisionero de esta idea, la de que es mejor poner parches al capital: pero Roma no paga a traidores: tan sólo se beneficia de ellos.
Pedro Egio
Publicado en el Diario La Opinión, el 7 de mayo de 2011.