Mantenía sus manos alzadas, ofreciendo la Hostia a unas trescientas personas a aquella hora de la tarde de sábado. Alzaba, después de beber, el cáliz Telesforo, según mandan los cánones, pasando por delante de sus ojos cuitas de la autoescuela en la que trabaja. Le parecía irreverente, pero sucedía si iba hasta arriba de asuntos aquella semana y se agolparan también problemas por Bazán o en la Refinería o en otras fábricas de la febril ciudad. Menos mal que el obispo dispuso que Pepe, otro “sacerdote obrero” le ayudara en tan activa parroquia de barrio.
En sus salones yo mismo actué en varias ocasiones, en tiempos de teología de liberación, “ajiornamento” y transición política, con mis inseparables amigos Roca y Castillo. Nos llamábamos pomposamente «Los tres del sur». Tres ciegos volcados sobre el folklore sudamericano. Sendas guitarras ellos, sus voces mas o menos afortunadas y el acordeón Paolo Soprani de 120 bajos que aún conservo y que mi madre comprara por quince mil pesetas a un sobrino que a su vez comprara a un marino mercante de la Argentina.
Años más tarde mi hijo hacía por primera vez la comunión en aquella parroquia, en emotiva concelebración de Teles y Pepe: los curas obreros de Cartagena, siempre cercanos a sus feligreses. Yo anduve triste todo el día, sabedor de que había de dejar en unos meses mi querida ciudad natal.
Así sucedió, como las innumerables cosas que suceden, para honra de lo que es: este misterio racional, esta razón misteriosa desplegándose; este calvario del espíritu que aún no termina, siendo la inteligencia del viejo profesor alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel limitada, como las de los que ahora se debaten entre hablar de “antropoceno” o “novoceno”, sin saber si son pe- riodos antagónicos o podrán complementarse. Identificaba el fin del calvario del espíritu con el disfrute de su cátedra universitaria. Sus alumnos supieron leerle la cartilla, aunque nadie pueda dis- cutirle mostrar el despliegue dialéctico de lo que sucede y se piensa: la historia, el calvario de pensamiento y realidad, realidad y pensamiento. Como tampoco puede negársela grandeza moral de uno de ellos: Karl Marx, hoy tan injustamente denostado, por no atender a aquello de que “Si tu mano derecha te escandaliza, córtatela”. Mateo, capítulo V, Versículo 30.
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